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22 de diciembre de 2024

Cafetines de Buenos Aires: el Roma del Abasto, cerca de donde cantaba Gardel y sus mesas eran atendidas por Jesús

En la esquina de Anchorena y San Luis, en la zona de influencia del Shopping de la zona, está el bar que dos asturianos manejaron durante setenta años. Cambió, pero mantiene la esencia del barrio

>La celebración de la próxima Navidad me trae el recuerdo de una historia sucedida en un viejo cafetín de Buenos Aires atendido por Jesús. La anécdota, que se remonta al año 2013, surgió a partir de la lectura de una nota publicada en el diario La Nación donde el escritor uruguayo Eduardo Galeano afirmaba que todos los días tomaba un café con Dios.

Poco después asistí a uno de sus tantos milagros. El fenómeno ocurrió durante una jornada del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI). Las pantallas de los cines del Abasto Shopping servían de sede al Festival y el Bar Roma, en la esquina de Tomás de Anchorena y San Luis, era el café de Jesús. En sus mesas pasaba mis ratos libres entre los huecos de la programación. Salía del Centro Comercial por Anchorena y atravesaba el colorido y pertrechado recorrido de tres cuadras que me separaban del café y se parecían a los pasillos interiores de depósitos donde se acumulan las escenografías usadas de viejos films.

Pero no es este un relato sobre la vida de los apóstoles. Hoy el protagonista es Jesús. La noche que traigo al recuerdo no tenía nada de buena. Era espantosa. Diluviaba en Buenos Aires. La tormenta perfecta gestada en el tiempo que dura un film y donde la temperatura desciende tantos grados que pone en crisis el vestuario escogido al momento de salir hacia el cine.

Afuera el cielo seguía marcando el ritmo de la narración. Adentro discutíamos sobre cine, opinábamos de directores y elegíamos los mejores guiones. Sin saberlo, estábamos siendo parte de una puesta que la naturaleza, con cierta frecuencia, desata furiosa sobre esta vasta llanura para que no olvidemos quien es el único director del rodaje. Una bendición bañada con agua de lluvia.

La escena era la siguiente: Exterior/Noche, la cámara nos toma desde la calle, a través del ventanal, para transmitir la furia climática, nosotros éramos súbditos romanos cobijados y a resguardo de Jesús, de pronto la cámara se aleja y abre a plano general, luego se eleva dejando ver toda la esquina más las instituciones judías ortodoxas vecinas. La lluvia no cesa. Sensación de final de película. A lo lejos suena un tango. La escena es única. Faraónica. De lo mejor que se pueda recrear. Jesús. Roma. Cristianos. Judíos. Abasto. Más Buenos Aires imposible.

Prefiero creer que don Indalecio pretendió convertir a esta esquina del Abasto en un punto de referencia que dominara el amplio territorio porteño. Cierto es que el Mercado del Abasto —que llegó a funcionar las 24 h— fue un foco de atracción en la ciudad. Y que a su alrededor pulularon fondas, bares y despachos de bebidas. Sería inabordable enumerar todos los boliches de cercanía del Mercado, sus habitués y trascendencias.

A modo de ejemplo, menciono tres casos: Carlos Gardel debutó en Bar O’Rondeman, de Agüero y Humahuaca; en el Viejo Café Gariboto de Pueyrredón y San Luis tocaba Juan Pacho Maglio; y, por último, José Ovidio Bianquet, el Cachafaz, era el bailarín estrella que le sacaba lustre a los pisos de las milongas vecinas. En este relato se le otorga al Abasto categoría política de barrio, aunque carece de título administrativo habilitante, porque todo el mundo llama así al microbarrio de Balvanera colindante con el actual shopping.

Jesús y Laudino se mantuvieron al frente de este hermoso café barrial por casi siete décadas. Los frecuenté con cierta rutina durante los primeros años del presente siglo. El Roma, como ya expliqué, era mi café a la salida de los cines del Abasto Shopping. Luego las nuevas plataformas me alejaron de la pantalla gigante y, por consiguiente, del Roma.

La puesta en valor de la esquina hizo revivir la barriada. Es el trabajo de restauración patrimonial mejor logrado de todos los bares de la ciudad. La obra estuvo en manos de los arquitectos Teresa Chiurazzi y Luis Díaz. Y la gráfica y el diseño son de Florencia Capella y Martín Laksman. El Roma actual expresa en cada rincón cariño y respeto por la herencia recibida. Mantuvo el piso de granito, sus aberturas originales, mesas y sillas. Hay fotos que respaldan esta afirmación. El bar no ha perdido espíritu ni identidad. Sus nuevos dueños han sabido cumplir el último deseo de los asturianos que soñaban pasar a retiro con la tranquilidad de que su añosa historia en una esquina del Abasto seguiría escribiéndose.

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