12 de julio de 2025
René Favaloro, el hombre que pensó en el corazón argentino y terminó revolucionando la medicina del mundo

Fue médico rural, científico y humanista. Dedicó su vida a unir la técnica con la ética, la precisión del bisturí con el compromiso social. Inventó el bypass coronario, formó generaciones de médicos y construyó una Fundación que aún perdura. Nació el 12 de julio de 1923
Había nacido el 12 de julio de 1923 en La Plata. De familia humilde —cosa que agradecería siempre— hizo de la honestidad una trinchera y de la ciencia, un acto de servicio. Murió en soledad, cuando su propio corazón golpeado por la realidad dijo basta. En su carta de despedida dejó un mensaje tan doloroso como vigente: “Estoy cansado de luchar y luchar, de ver cómo se pierden los valores que nos enseñaron nuestros padres, de ver cómo triunfan la corrupción, la codicia y la deshonestidad”. Se disparó en el pecho el 29 de julio de 2000.
René Gerónimo Favaloro nació en La Plata y vivió en el barrio obrero de El Mondongo, donde convivían inmigrantes italianos, españoles y criollos. Toda su infancia la pasó en una casa modesta: su padre era carpintero y su madre, modista. De ellos heredó la cultura del esfuerzo, el respeto por el oficio y una ética del trabajo que nunca abandonó. También aprendió el sentido del concepto “mirar al otro”. Desde niño mostró una curiosidad insaciable. Leía a Sarmiento, San Martín, Alberdi. Aunque se interesaba mucho por la historia argentina y la vida de los grandes hombres de nuestra nación, pronto aceptó que su vocación estaba en otro lugar: en aliviar el sufrimiento ajeno. La medicina no fue una profesión que eligió, sino una forma de vida que abrazó.En 1941, ingresó a la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata y se graduó en 1949. Mientras muchos de sus compañeros apostaban por una carrera hospitalaria en la capital, Favaloro tomó otra dirección: eligió ir a un pueblo donde escaseaban los médicos y sobraban las necesidades, Jacinto Arauz, un pequeño pueblo pampeano, y durante doce años fue médico rural. Era clínico, cirujano, partero y consejero. Recorrió campos en sulky, conocía a cada familia por su nombre y atendía a todos, pagaran o no. Más que ejercer, encarnaba la medicina.
“En Jacinto Arauz me hice médico”, escribió. “Ser médico no es recetar ni operar: es estar, escuchar, comprender. Es no mirar el reloj cuando alguien sufre”, decía. En esa experiencia fundacional moldeó la mirada humanista que lo guiaría hasta el final.Después de trabajar más de una década en el llano, Favaloro sintió que había llegado el momento de actualizarse. A los 39 años, en 1962, viajó a Estados Unidos para especializarse en cirugía cardiovascular en la Cleveland Clinic, uno de los centros médicos más innovadores del mundo. Fue un salto al corazón mismo de la investigación médica de vanguardia.
En aquellos años, la cardiología enfrentaba un límite crítico: frente a un infarto o una angina de pecho grave, las opciones eran escasas y los pronósticos, sombríos. Así, Favaloro se integró a un equipo que investigaba cómo sortear las obstrucciones en las arterias coronarias, un campo aún experimental.Esa técnica se convirtió en uno de los hitos médicos del siglo XX. Se replicó en todo el mundo y permitió salvar millones de vidas. Se estima que, desde su creación, más de 50 millones de personas fueron intervenidas con este procedimiento. La American College of Cardiology y la American Medical Association lo reconocieron como una de las mayores contribuciones individuales a la cirugía cardiovascular del siglo pasado.
Pero Favaloro nunca buscó rédito personal: no la patentó, no cobró regalías, no fundó una marca. Su convicción era clara: “El conocimiento no es propiedad privada, debe estar al servicio de todos”. “Lo mío no fue un milagro ni una inspiración repentina”, dijo con humildad. “Fue trabajo, lectura, prueba y error. La medicina no se improvisa”, aseguró. Su aporte no fue solo técnico: fue una declaración de principios, un gesto de ética en tiempos de cálculo.A comienzos de los años 70, Favaloro sintió que ya era momento de regresar a la Argentina. Tenía un proyecto que lo desvelaba: construir un modelo de medicina integral, de alta calidad científica y profunda conciencia social. Su sueño no era abrir una clínica para la elite, sino crear una institución formadora, accesible y ejemplar.La Fundación creció rápidamente y se convirtió en referencia en cardiología y otras especialidades, con equipamiento de última generación y equipos interdisciplinarios. Pero, a contramano del modelo de negocio privado, sostenía un fuerte componente social que necesitaba financiamiento constante.
El contexto económico argentino de los años noventa no fue mejor para la salud pública, las demoras de las obras sociales y la falta de políticas sanitarias pusieron al borde del colapso la sustentabilidad del proyecto. Favaloro, fiel a sus principios, rechazó arreglos espurios y empezó a escribir cartas a funcionarios, bancos, empresas, fundaciones. Nadie respondió.El 29 de julio del año 2000, a los 77 años, René Favaloro se quitó la vida en su departamento de Palermo. Eligió el corazón, el órgano al que había dedicado su existencia, para terminar con su vida. Fue un acto cargado de simbolismo, de dolor y de denuncia. Fue, según él mismo escribió, una decisión meditada.
Aquel 29 de julio, dejó siete cartas. Luego de escribir la última, dirigida al entonces presidente Fernando de la Rúa, se quitó la vida con un disparo en el corazón. La combinación de abandono institucional, agotamiento moral y la imposibilidad de sostener su proyecto lo empujaron a una decisión tan desgarradora como simbólica.
La noticia sacudió al país. Miles de personas lo despidieron en la Fundación. Hubo homenajes, editoriales, gestos de dolor. Pero también una incomodidad que flotaba en el aire: el médico más respetado de la Argentina se había quitado la vida tras pedir ayuda que nunca llegó.No fue solo una muerte. Fue una herida. Fue un disparo al alma del país que veía en él al símbolo de la vida. Una advertencia que sigue vigente: cuando un país abandona a sus mejores hombres, algo profundo se rompe.
René Favaloro no fue solo un cirujano brillante. Fue un pensador comprometido, un referente que nunca separó la ciencia del contexto social en el que se practica. Escribió libros, dictó conferencias, participó en debates públicos. Su palabra incomodaba porque no tenía dueño. No buscaba agradar ni encajar: hablaba con firmeza, con datos, con una ética que no se negociaba.Se manifestó contra el aborto clandestino porque veía a diario las consecuencias en los hospitales públicos. Exigía un debate serio, científico y con enfoque social. Habló también de la pobreza como forma de violencia estructural. Y fue directo al señalar que un niño desnutrido no era una estadística: era una acusación al Estado. Criticó el neoliberalismo por reducir la salud a un servicio, pero tampoco le perdonó a los gobiernos populares las incoherencias y los privilegios disfrazados de justicia. Su coherencia era su bandera.
En lo cotidiano, vivía con austeridad. Estuvo casado durante más de 50 años con María Antonia Delgado, su compañera de toda la vida. No tuvieron hijos. La muerte de ella, en 1998, lo golpeó profundamente. Su departamento en Palermo era el mismo desde hacía décadas: sin lujos, lleno de libros, fotos, cartas. Caminaba por su barrio, viajaba en colectivo, respondía correspondencia de médicos jóvenes de todo el país. Uno de sus discípulos, el cardiólogo Luis De la Fuente, lo definió como “el hombre que cambió la medicina moderna y nos enseñó que la técnica debe ir siempre acompañada de ética”.A ciento dos años de su nacimiento, su memoria vive en escuelas, hospitales, universidades que llevan su nombre. Pero, sobre todo, su verdadera huella está en la conciencia de quienes aún creen que la salud no puede ser un privilegio. Cada año, miles de estudiantes leen sus cartas, sus discursos, sus libros. La Fundación que lleva su nombre sigue vigente, aunque cargue sobre sus hombros la herida de una ausencia. “Sin compromiso social, mejor no vivir”, dijo en 1999, meses antes de morir. Favaloro fue espejo y conciencia en un país donde su ética todavía es cuestionada.
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