4 de agosto de 2024
Una carta anónima, informantes y una traición: las hipótesis que persisten sobre la detención de Ana Frank
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Hace 80 años, los nazis irrumpieron en la “casa de atrás”, donde la joven permanecía escondida junto a su familia y otras personas. Un polémico libro reavivó la controversia sobre lo ocurrido con la autora del icónico diario, emblema de la resistencia contra la barbarie del Tercer Reich
Allí funcionaba la empresa de Otto Frank, casado con Edit y padres de Margot y Ana. Un negocio en la planta baja, dedicado a la comercialización de especias, con oficinas y empleados en la planta alta y nada más. O casi nada más. En la parte trasera del edificio había otra “casa”, secreta, a la que se accedía por una puerta trampa oculta detrás de una inocente estantería con bisagras. Además de los cuatro miembros de la familia Frank, allí se ocultaban también tres integrantes de la familia Van Pels, Hermann, su mujer Auguste y su hijo Peter, más el dentista Fritz Pfeffe, ocho personas en total. Todos pretendieron burlar la fiereza nazi contra los judíos holandeses, el destino seguro de la deportación y el envío a los campos de concentración, a la muerte segura, aún cuando ya soplaban vientos de derrota para la Alemania nazi.
El 4 de agosto de 1944, hace ochenta años, a las diez y media de la mañana, el oficial de las SS Karl Silberbauer y un grupo de oficiales nazis entraron en el almacén de los Frank quienes, para las apariencias, habían viajado al exterior. Los nazis hablaron con el empleado Willem van Maaren que les señaló la planta alta, donde trabajan los oficinistas. No hay prueba alguna de que van Maaren haya sabido que existía una “casa de atrás” y mucho menos que en ella viviera gente oculta, que permanecía quieta y casi inmóvil durante el día, sin usar el baño para no despertar sospechas, y empezaba a vivir por la tarde noche, cuando el almacén cerraba sus puertas.Los Frank y compañía tenían quién los protegía. Miep Gies, una de las directoras administrativas de la empresa, que conocía a Otto Frank desde 1943, Víctor Kugler, otro de los empleados de confianza de Frank y directivo de la empresa y Johannes Kleiman, también directivo, habían arriesgado sus vidas durante dos años proveyendo de ropa y comida a los “escondidos”. Para los “escondidos” ellos eran sus protectores. Miep Gies diría después que aquel 4 de agosto uno de los oficiales nazis entró en su oficina, pistola en mano, y le apuntó a la cabeza. El resto fue a la oficina de Kugler para interrogarlo y para recorrer con él el edificio. Cuando llegaron a la habitación con la estantería trampa, muy bien oculta, la descubrieron de inmediato. Como si hubiesen estado alertados.Todos, escondidos y protectores, fueron detenidos, obligados a entregar sus objetos de valor, Silberbauer tomó el maletín de Otto Frank y lo dio vuelta, lo vació de papeles para que albergara el producto del saqueo. De allí cayeron unos papeles, un par de cuadernos escritos con letra infantil, nada valioso: era el diario de Ana Frank. Miep lo iba rescatar al regresar al edificio y, al final de la guerra, lo entregará a Otto Frank, el único sobreviviente de la familia.Ocho meses después de iniciada la Segunda Guerra, el 10 de mayo de 1940, a un mes y dos días del cumpleaños número once de Ana, Hitler invadió Holanda para aplicar las mismas leyes raciales que regían en Alemania: los judíos perdieron sus derechos, fueron apartados de la vida social, de las instituciones públicas y de los cargos oficiales; pronto los obligaron a andar por la calle y por la vida con una estrella de David prendida a sus ropas.
Allí fue donde Ana escribió su diario, en un cuaderno de tapas rojas y blancas, biseladas con beige. Cuando Margot Frank, hermana de Ana, recibió una citación de la “Unidad central para la emigración judía en Ámsterdam”, que ordenaba su deportación a un campo de trabajo, Otto decidió esconder a su familia: era el 6 de julio de 1940. Durante los siguientes dos años, con la ayuda de los “protectores” que les llevaban a diario ropa y comida, los Frank vivieron allí con los otros cuatro refugiados que colmaron la capacidad de la “casa de atrás”.
Ahora, con la irrupción del SS-Hauptscharführer Karl Silberbauer, la aventura de los Frank llegaba a su fin. Y sus esperanzas también. Todos fueron enviados a aquella factoría de la muerte que fue Auschwitz, después de pasar por el campo de Westerbork, en el oeste de Holanda. Todos llegaron a Auschwitz después de tres días de viaje en aquellos trenes con vagones de ganado que llevaban a las cámaras de gas a miles de judíos, trenes a los que daba vía libre Adolf Eichmann desde sus oficinas en Berlín.En Auschwitz, los nazis solo querían desalojar el campo, borrar las huellas del espanto, no dejar rastros de los millones de muertos incinerados en sus hornos: era una tarea imposible. El 27 de enero de 1945, cuando ¿Cómo supieron los nazis que los Frank estaban escondidos en la “casa de atrás”? ¿Cómo fue que llegaron a la puerta trampa con facilidad, como si conociesen los planos del edificio? ¿Quién delató a Ana Frank y a su familia? Dar respuesta a esa pregunta fue una obsesión de posguerra, cuando el diario delineado por aquella muchacha que quería ser escritora fue conocido en todo el mundo. A lo largo de los años, al menos treinta teorías señalaron a otros tantos sospechosos de la delación.
En 2017, la Casa de Ana Frank hizo pública su propia hipótesis, sostenida por la investigación del historiador Gertjan Broek que presentó una curiosa conclusión. Broek sostuvo que, incluso cuando se diera por cierta la posibilidad de una delación, también era posible que los SS hubieran hallado a los “escondidos” por casualidad, mientras buscaban dinero, joyas, bienes y armas. Los defensores del legado de Ana Frank revelaron que de los oficiales nazis que llegaron al almacén de la calle Prinsengracht, tres de ellos no estaban enterados de que buscaban judíos escondidos. Y que uno de los que participó en el arresto, Gezinus Gringhuis, dependía del departamento de delitos económicos de la Gestapo. Según esta teoría, Ana Frank, ella y su familia, los Van Pels y el dentista Pfeffe no fueron traicionados, sino descubiertos por la Gestapo que investigaba delitos económicos durante la ocupación. El caso daba así un giro. Ya no se trataba de saber quién había traicionado a los Frank, sino si había habido en realidad un delator.En los años 60 abundaron las hipótesis sobre quién pudo delatar a los Frank y es probable que Otto no haya confiado, o haya desconfiado del anónimo que señalaba a alguien con nombre y apellido. Si hubo una investigación policial en 1945 o en 1963, no dio resultados. O no se conocen, a más de ochenta o de sesenta años.
Las múltiples teorías que señalaron a otros tantos posibles delatores de la familia Frank, quedaron por fin reducidas a cuatro, según el libro de Sullivan. Lo que ocurre es que ese libro fue criticado, juzgado acaso como poco confiable y en algún caso cuestionado por la propia firma editora. En febrero de 2021, la editorial neerlandesa Ambo Athos decidió suspender la edición y venta de “The betrayal of Anne Frank – La traición de Ana Frank”. Hay un cambio de criterio, al menos eso, entre el título “La traición de Ana Frank” y “¿Quién traicionó a Ana Frank”, como fue editado hace poco en español por Harper Collins. En inglés, el libro conserva su título original.Otra de la sospechosas fue Nelly Voskuijl, otra simpatizante nazi que había trabajado en una de las bases aéreas alemanas en Francia. Su padre y su hermana Bep, eran parte de los “protectores” de los “escondidos”, lo que implica que conocían el secreto de la “casa de atrás”. Años después de la guerra, Joop van Wijk, hijo de Bep y sobrino de Nelly escribió junto a Jeroen de Bruyn “Anne Frank The untold story – Ana Frank - La historia no contada”, en el que planteaba la posibilidad de que su tía hubiese hecho el famoso llamado a las SS para revelar el secreto escondite de los Frank.
Sin embargo, en las páginas finales de su libro, Joop escribió: “Afirmar que Nelly fue la delatora es ir demasiado lejos. No tenemos ‘el arma del crimen’”, en referencia a que no existía una prueba evidente de su afirmación. Ese juego ambiguo que declara “estamos convencidos pero no podemos asegurarlo”, campea sobre todas las teorías que hablan sobre los eventuales delatores de la familia Frank. Incluso, en el discutido libro de Sullivan.Los cuartos sospechosos descartados fueron Richard y Ruth Weisz, la pareja a la que había dado protección van Hoeve y que también llevaban comida a la “casa de atrás”. Fueron detenidos por el SD, el servicio de inteligencia militar de los nazis, junto con van Hoeve, por lo que también resulta extraño que la captura de los Frank se haya demorado tres meses. Sin embargo, la pareja llegó al campo de Westerbork como procesados penales y poco después consiguieron un favorable cambio de estatus, lo que los hizo sospechosos de haber entregado algún tipo de información. La teoría sobre una posible delación trastabilla porque el cambio de estatus de los Weisz en el campo de Westerbork se produjo en junio de 1944 y a los Frank los apresaron en agosto: los nazis no premiaban a sus informantes antes de confirmar la veracidad de sus datos.
De manera que a Sullivan le quedó un solo gran sospechoso. Su libro es el fruto de una investigación de seis años encarada por un grupo de historiadores, criminólogos y analistas, capitaneados todos por un ex agente del FBI, Vince Pankoke. La conclusión a la que arriba Sullivan, y el ex FBI Pankoke, es que fue un notario judío, Arnold van den Bergh quien delató a los Frank para proteger a su propia familia. Sin embargo, toda la familia de Van den Bergh murió en los campos nazis y sólo él sobrevivió. Murió en octubre de 1950, cinco años después del fin de la Segunda Guerra.¿Cómo pudo saber Van den Bergh el escondite de los Frank? Era miembro del Consejo Judío de Ámsterdam, que llevaba al día una lista detallada de los escondites que albergaban a miembros de la comunidad, lista a la que Van den Bergh podía tener acceso. Detenido en 1943, Van den Bergh no fue enviado a un campo de concentración. Cuando se publicó el libro de Sullivan, el profesor Johannes Houwink ten Cate, de la Universidad de Ámsterdam y especializado en el Holocausto, señaló que Van den Bergh también estaba escondido en agosto de 1944, cuando fueron apresados los Frank. Las conclusiones de Sullivan y sus equipo de investigación fueron cuestionadas con un argumento que sostuvo que el Consejo Judío de Ámsterdam no tenía ningún listado de miembros de la comunidad que se ocultaran de la cacería encarada por los nazis.
El propio Consejo Judío de los Países Bajos juzgó que las conclusiones de Sullivan eran “extremadamente especulativas y sensacionalistas”. Los herederos de Van den Bergh amenazaron con demandar a la editorial neerlandesa Ambo Athos que suspendió la edición del libro y lo retiró de la venta. “Pedimos disculpas sinceramente a cualquiera que se sienta ofendido por el libro -expresó la editorial en un comunicado-. Somos conscientes de que la publicación internacional ha sido rebatida por argumentos que nos tiran por el suelo, y que hubiera sido posible una postura más crítica antes de señalar a un judío como traidor de una familia judía”.Ronny Naftaniel, el entonces representante del Consejo Central Judío neerlandés (CJO) afirmó que las pruebas presentadas para acusar a Van den Bergh “jamás encontrarían camino ante un tribunal de justicia”. El presidente de la Fundación Ana Frank, Blick John Goldsmith, afirmó que la teoría de Sullivan “roza el complot”. Y el profesor Ten Cate declaró a la agencia AFP que “la historia (de Sullivan) contiene simplemente demasiadas lagunas sobre Arnold van den Bergh”. El historiador neerlandés Bart Wallet definió la investigación y su principal teoría como “inestable como un castillo de naipes”; y su colega Bart van der Boom dijo que el libro de Sullivan contenía teorías “difamatorias”.
Tal vez ni siquiera sea ya importante saber si los nazis llegaron por azar al escondite de los Frank, o si alguien los delató y quién lo hizo. Porque lo que hoy es una banalidad, una anécdota leve, una astilla en el gran madero de la historia, puede opacar la luz que todavía prodiga Ana Frank. Ana escribió la última entrada en su diario, que es un testimonio vivo de la historia del siglo XX y hasta un alerta para los años por venir, el 1 de agosto de 1944, tres días antes de caer en manos de los nazis.
Esa luz es la que de verdad importa. El resto es selva.
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