29 de agosto de 2024
Es la segunda persona del mundo curada de VIH, viajó a la Argentina y advierte: “La prevención aún es la mejor cura”
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Adam Castillejo es “el paciente de Londres”, que recibió un trasplante de médula ósea para tratar un cáncer linfático y, por una variación genética, logró también neutralizar el virus. De visita en nuestro país, habló con Infobae
“Fueron dos sentencias de muerte. El VIH y el cáncer. Entonces cuando se confirmó que estaba curado de las dos cosas sentí que me había ganado la lotería: curado de dos enfermedades incurables”, le dice Adam a Infobae en la habitación en la que en unos minutos va a prepararse para la conferencia de prensa que lo trajo a la Argentina. Es que es uno de los participantes centrales del XXI Simposio Científico Regional de Fundación Huésped, que se extenderá hasta este viernes en Buenos Aires.
“Tenía 22 años cuando me diagnosticaron VIH. Sentí odio, resentimiento, culpa. Y el estigma. Años después, integrantes de mi familia me dirían que por qué no les había contado sobre mi diagnóstico antes, pero da mucho miedo contar que tienes VIH porque te enfrentas a la discriminación”, cuenta Castillejo. En 2003, cuando recibió el diagnóstico, le dijeron que viviría entre cinco y diez años. “Me dijeron que disfrutara de la vida, me desearon mucha suerte y me abrieron la puerta del consultorio para que me fuera. Fue durísimo”, recuerda.Tardó en acceder al tratamiento con antirretrovirales. “En aquel entonces, los protocolos implicaban que tenías que tener la enfermedad más avanzada para que empezaran a tratarte. Ahora eso cambió y se empiezan los tratamientos apenas se detecta el virus, pero hace veinte años no era así. Yo no llegué a desarrollar la enfermedad”, describe “el paciente de Londres”, que nació en Caracas, Venezuela, pero que piensa en inglés porque lleva viviendo en la capital británica más de la mitad de su vida.En 2012 Adam recibió un llamado. En el hospital en el que lo atendían periódicamente habían visto algo en sus análisis de rutina que los alarmó. “Me diagnosticaron cáncer linfático, linfoma de Hodgkin en etapa IV. Se trata del cáncer con mejores probabilidades de cura en el 95% de los casos, pero yo estaba en el 5% restante”, reconstruye Adam, con el lazo rojo que identifica la lucha contra el VIH-Sida en la solapa del saco.
Hizo quimioterapia durante cuatro años pero la enfermedad avanzaba. Le dijeron que era tiempo de contar con cuidados paliativos: “Me pronosticaron seis meses de vida pero yo decidí cambiar de equipo médico porque no aceptaba ese pronóstico. Luego supe, porque me lo contaron, que el equipo médico original no me había ofrecido el trasplante de médula ósea porque yo tenía VIH. Fue muy duro nuevamente. Casi muero por la discriminación que sufrimos las personas con VIH”, reflexiona.Su nuevo equipo médico le ofreció una alternativa: el trasplante de médula ósea. “Era un procedimiento de altísimo riesgo, con sólo 10% de probabilidades de sobrevida. Pero yo ya estaba en instancia terminal, así que aposté por ese 10%, que era una apuesta por la vida”, cuenta Adam. Encontrar un perfil genético compatible con el suyo era como buscar una aguja en un pajar: sus médicos sabían que era venezolano pero no sabían que sus abuelos eran europeos caucásicos nórdicos.“Sólo el 1% de la población europea podía coincidir con mi perfil de acuerdo con mis antepasados. Y mis médicos encontraron no sólo uno sino seis donantes posibles para hacer el trasplante”, reconstruye. Su donante, del que sabe que era un alemán joven, tenía no sólo la compatibilidad imprescindible para llevar a cabo el trasplante, sino también otra característica genética: doble deleción del gen Delta 32. Eso implica que esa persona no puede fabricar un co-receptor que el VIH necesita para unirse a las células. De esa manera, el virus no puede continuar multiplicándose.“Adam, queremos curarte el cáncer y también el VIH”, le habían dicho sus médicos antes del procedimiento que podía resultar mortal. El trasplante fue en 2016 y Castillejo estuvo entre el 10% de los casos que logran sobrevivir a esa intervención. El proceso de las dos curas había empezado.“Al principio los testeos eran cada dos días. Después fueron cada cuatro. Después cada una semana y luego cada dos. Fuimos espaciando los análisis cada vez más, pero ahora mismo me testean la sangre en intervalos de no más de ocho semanas, además de controles de pulmones, corazón, cerebro, huesos. Lo que pasa es que tienen que buscar el equilibrio entre tenerme controlado y los rayos X, lo que supone exponerse a tomografías, resonancias o PETs”, describe Castillejo, que ahora mismo tiene más miedo de volver a sufrir cáncer que VIH.
Eso no siempre fue así. “A los 12 meses del trasplante los médicos me dijeron que ya podía dejar de usar antirretrovirales para evaluar cómo evolucionaba. Pero tardé otros seis meses en animarme a dejarlos. Tenía un miedo feroz a reinfectarme, a volver a pasar por todo eso”, explica. Los dejó en aquel cumpleaños de 2017 en el que se regaló a sí mismo la conciencia de haberse curado.“Estuve un año siendo dos personas: el paciente de Londres y Adam. Hasta que decidí darme a conocer públicamente para dar un mensaje de esperanza. Era egoísta quedarme en el anonimato y no dar esa esperanza. Enseguida encontré agradecimientos: de personas que tienen el virus y sentían que se está trabajando por la cura, o de personas que perdieron a familiares o amigos por el virus y también pudieron sentir eso aunque ya no tuvieran a su ser querido con ellos”, explica Adam.
Aunque aún no está formalmente en funcionamiento, tiene previsto abrir la Fundación Paciente de Londres para poder propagar ese mensaje esperanzador, para servir como puente entre los científicos y quienes fueron diagnosticados con el virus, y para ayudar a cambiar la narrativa sobre el VIH.“Hace falta reeducarnos como sociedad. Entender que esta es una enfermedad humana y dejar de hacer pesar el estigma sobre quienes fueron diagnosticados. A la vez, hace falta trabajar al interior de la comunidad para que las organizaciones no sólo se centren en la prevención y el tratamiento sino también en la cura. Una gran parte de la comunidad VIH es reacia a hablar de cura para no generar falsas expectativas. Es cierto que sólo nos curamos siete personas en el mundo, pero es importante difundir todo el trabajo que hacen muchísimos científicos en el mundo para encontrar esa cura, y difundir que seguiremos trabajando hasta que esa cura esté disponible”, cuenta.“La prevención sigue siendo la mejor cura. No hay mejor cura que no exponerse al virus”, enfatiza Adam en un contexto global en el que “Mucha gente cree que el estigma se termina cuando te curás. Y no es así: el estigma evoluciona, porque hay mucha gente que te sigue mirando como alguien por quien pasó el VIH, te siguen viendo con esos ojos. Es durísimo, porque yo pasé por el VIH y por el cáncer, y el VIH recibe discriminación, y cuando te diagnostican cáncer todos te abrazan. Entonces en lo que hay que trabajar es en que todos entendamos realmente de qué se trata el VIH, que nos reeduquemos para no discriminar, mientras seguimos previniendo y seguimos buscando la cura para todas las personas. Una cura que va a aparecer”, remata Castillejo, y se prepara para la conferencia de prensa en la que intentará transmitir su experiencia y su esperanza a todos los que lo escuchen.
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