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30 de agosto de 2024

Mary Shelley, la escritora que creó al monstruo más popular y conservó el corazón de su amado muerto

Hace 227 años nació la mujer que le dio vida a “Frankenstein o el moderno Prometeo”. Este texto fue considerado una de las primeras obras de ciencia ficción. Quién era y cómo pensaba una de las novelistas inglesas más trascendentales del siglo XIX

>A pesar de las tragedias personales, siguió escribiendo, y plasmó en sus obras el dolor y la soledad que marcaron su existencia. A través de su escritura, Shelley canalizó su sufrimiento, sus ideales y su crítica a una sociedad convulsionada.

Nació como Era una época de convulsión política y cambio ideológico. Europa estaba sacudida por la Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas, que desafiaron el orden tradicional y avivaron tanto el radicalismo como el conservadurismo en Gran Bretaña. A medida que la Ilustración y sus ideales de razón y libertad se enfrentaban al creciente Romanticismo, Mary absorbió una mezcla de influencias que marcaron su vida y obra.

Su madre, Mary Wollstonecraft, fue una pionera del feminismo, reconocida por haber escrito Vindicación de los Derechos de las Mujeres, en 1792. Pero su hija nunca llegó a conocerla: murió apenas 12 días después de su nacimiento, por una infección contraída durante el parto.

Su muerte fue inesperada. Mary Wollstonecraft gozaba de buena salud y tres años antes había dado a luz a una primera hija, Fanny Imlay. Pero su deceso tuvo que ver con las prácticas médicas del siglo XVIII. En aquel entonces, los doctores no se lavaban las manos -en realidad, nadie lo hacía. Y ella no pudo expulsar la placenta durante el parto de su segunda hija, por lo que el médico debió extraerla pedazo por pedazo. Así le generó la septicemia que terminó con su vida a los 38 años.

Tras la muerte de su esposa, William quedó a cargo de la educación de sus hijas. Tanto Fanny como Mary se criaron entre las charlas y debates literarios que su padre mantenía con los jóvenes que llegaban de todas partes a su casa en Skinner Street, admirados por las ideas de William, quien tenía además, una editorial. Mary se apegó mucho a su padre, su único progenitor, a quien adoraba.

Mary nunca recibió educación formal, a pesar de los principios de su difunta madre, que sostenía la importancia de la educación de las mujeres como un medio para lograr la igualdad respecto a los hombres. Recibió clases, sin embargo, de una institutriz que se basó en los textos e ideas de su progenitora para educarla, y tenía libre acceso a la vasta biblioteca de su padre, quien la estimulaba a cultivar su mente. Así la describía el mismo Godwin: “Ella es singularmente audaz, algo imperiosa y de mente activa. Su deseo de saber es grande, y su perseverancia en todo lo que emprende es casi invencible. Mi propia hija es, creo, muy bonita”.

Aprendió a deletrear su nombre al mirar durante horas y horas la tumba de su madre en el cementerio de St. Pancras, lugar que frecuentaba constantemente en búsqueda de paz para “proseguir sus estudios en una atmósfera de comunión con una mente superior a la de la segunda señora Godwin”, según publicó una de sus biógrafas, Muriel Spark, en 1988.

En 1812, un admirador de Godwin, William Baxter, invitó a Mary a pasar unas prolongadas vacaciones en su casa, cerca de Dundee, con su propia familia, que incluía a varias niñas cercanas a la edad de Mary. Durante las dos visitas que realizó en esta época, pasaba sus ratos en las orillas del Río Tay, que eran para ella “los ojos de la libertad”. En palabras de Spark, “Mary tenía razón al recordar su visita a Escocia como un periodo de gestación creativa; los primeros ejemplos de su escritura datan de esa época. La inmensidad comparativa de las colinas y el paisaje boscoso evocó una respuesta latente a la realidad, como más tarde las montañas suizas estimularían sus poderes creativos”.

En noviembre de ese mismo año, el joven poeta de 20 años Percy Bysshe Shelley se presentó ante William Godwin en Skinner Street y solicitó ser su discípulo. El filósofo accedió, y tomó el dinero que le ofrecía para poder pagar sus deudas. El joven comenzó a frecuentar su compañía, y asistió en varias ocasiones a cenar a su casa, junto a su esposa, Harriet Westbrook. Durante aquellas veladas, conoció a Mary, que por aquel entonces tenía 15 años y había regresado de Escocia.

Mary y Percy se declararon su amor y comenzaron una relación que pronto enfrentó las críticas y el repudio social que recibía debido al matrimonio de Percy con Harriet, que ya contaba con dos hijos.

El 8 de julio de 1814, William Godwin descubrió la relación entre su hija Mary y discípulo. Godwin prohibió a Mary volver a verlo y le escribió una carta al poeta, pero ella, influenciada por las historias de su padre y su difunta madre, Mary Wollstonecraft, no obedeció. Percy justificó su relación con Mary acusando a su esposa Harriet de estar embarazada de otro hombre y amenazó con suicidarse, lo que llevó a Mary a decidir no renunciar a él.

Mary comenzó a darle aire a su pluma durante su nueva vida con Percy Shelley. Sus entradas en el diario y las extensas cartas a su hermana Fanny sirvieron como base para un relato publicado sobre sus viajes titulado Historia de un viaje de seis semanas. Este texto comenzó como un diario de viaje conjunto de los amantes, que se turnaban para escribir sobre sus andanzas en Francia, Suiza, Alemania y Holanda, pero terminó reflejando principalmente textos de Mary.

Cuando regresaron a Londres, Mary y Percy enfrentaron numerosos problemas. Harriet, por un lado, estaba embarazada de seis meses y había acudido a un abogado para obtener apoyo financiero y la custodia legal de sus hijos. Godwin continuó enemistado con su hija y su amante, y se negó a verlos, aunque intentó persuadir a Jane para que regresara a Skinner Street y exigiera a Percy pagar sus deudas. El padre de Percy había cortado su pensión, dejando a la pareja en una situación económica desesperada. Durante ocho meses, Percy luchó para afrontar las deudas, empeñando y vendiendo sus posesiones y pidiendo dinero prestado a amigos.

A pesar de las dificultades, Mary y Percy continuaron apasionadamente enamorados, hasta la trágica y repentina muerte del poeta en 1822.

A grandes rasgos, esta novela de Mary Shelley, publicada en 1818, cuenta la historia de Víctor Frankenstein, un joven científico que, desafiando las leyes naturales, crea un ser artificial a partir de restos de cadáveres. Su criatura, un ser inicialmente inocente y deseoso de afecto, se convierte en una figura trágica debido al rechazo y aislamiento que enfrenta.

Otra cuestión que suele pasarse por alto es el subtítulo “o el moderno Prometeo”. Es que, al igual que Prometeo en la mitología griega, quien desafió a los dioses entregando el fuego a los humanos, el científico de esta historia transgrede los dominios propios de la naturaleza y paga un alto precio por su osadía. El castigo que ambos reciben subraya una advertencia sobre los peligros de la desmesura y el exceso de orgullo en los seres humanos.

Allí, Mary Shelley contó que comenzó a escribirla como parte de un juego entre amigos, mientras pasó un verano en Villa Diodati, cercana al Lago Léman junto a Percy, Jane y su hijo de seis meses, William. Habían sido invitados allí por el poeta Lord Bryon, amante de Jane, que estaba acompañado por su médico, John William Polidori.

Para matar el tiempo, leían historias alemanas de fantasmas, y se envolvían en largas discusiones sobre diversas doctrinas filosóficas. Su anfitrión había desafiado a sus invitados a crear, durante su estadía, historias de terror. La mejor ganaba el juego.

Esa noche, Mary no durmió. Ella misma iba a darle vida a un monstruo. “Mi imaginación, espontáneamente, me poseía y me guiaba, dotando a las sucesivas imágenes que surgían en mi mente de una viveza muy superior a los habituales límites de la ensoñación. Vi –con los ojos cerrados, pero con la aguda visión mental–, vi al pálido estudiante de artes impías, de rodillas, junto al ser que había ensamblado -explicó Mary- Vi el horrendo fantasma de un hombre tendido; y luego, por obra de algún ingenio poderoso, manifestar signos de vida, y agitarse con movimiento torpe y semi vital”.

Así, la pesadilla de Mary Shelley inspiró una de las historias de terror más influyentes de la civilización occidental. En palabras de Anne K. Mellor, “puede reclamar el estatus de un mito, tan profundamente resonante en sus implicaciones para nuestra comprensión de nosotros mismos y de nuestro lugar en el mundo, que se ha convertido, al menos en sus líneas más básicas, en un tropo de la vida cotidiana”.

Si bien la novela no llevó su firma en la primera edición que vio la luz, en 1818, le otorgó a Mary Shelley a lo largo de su vida una fama indiscutible, aunque Frankenstein es usualmente más conocida que la mujer que lo creó. Como escribió Kathryn Harkup en Making the monster, “esta novela dominó su legado literario del mismo modo que el monstruo dominó la vida de su creador, Victor Frankenstein”.

A pesar de todo, Mary Shelley escribió seis novelas más: Mathilda (1819), Valperga (1823), El último hombre (1826), Las Fortunas de Perkin Warbeck (1830), Lodore (1835) y Falkner (1837). Tras la muerte de Percy, editó y publicó su obra como homenaje póstumo. Además, lanzó un libro basado en las cartas que escribió durante sus viajes, titulado Caminatas en Alemania e Italia, en 1840, 1842 y 1843. También contribuyó con biografías de figuras destacadas en cinco tomos de Vidas de científicos y escritores más eminentes, de Dionysius Lardner, una enciclopedia popular dirigida a la clase media europea. Asimismo, publicó cuentos cortos en libros de regalo o anuarios, lo que le proporcionó una fuente de ingresos para subsistir.

Esther Cross, autora de La mujer que escribió Frankenstein, explicó al respecto, Mary finaliza su prólogo a la edición de 1831 de Frankenstein con un profundo lamento por el pasado en el que escribió la obra: “Y ahora, una vez más, pido a mi horrenda criatura que salga al mundo y que prospere. Siento afecto por ella, pues fue el fruto de unos días felices, en que la muerte y el dolor no eran sino palabras que no encontraban verdadero eco en mi corazón”.

Unos días más tarde, el 10 de diciembre, la esposa de Percy, Harriet Shelley, con un embarazo avanzado, se suicidó al tirarse al río Serpentine.

Cuando se mudaron a Casa Magni en La Spezia junto a Claire, Mary casi muerte durante un aborto espontáneo. Si no hubiera sido por Percy, que la metió en una bañadera con hielo, hubiera muerto desangrada. Pero quizás el mayor golpe en la vida de la escritora fue el fallecimiento de su esposo.

Fueron exhumados y quemados en una playa cerca de Viareggio, en una pira funeraria. Mary no quiso asistir, simplemente no podía soportarlo. Pero se quedó con el corazón de su amado muerto. Así lo relata Kathryn Harkup: “El corazón de Shelley se negó obstinadamente a arder y fue retirado entero de las cenizas. Trelawny quiso quedarse con la reliquia, pero Byron le convenció de que la persona adecuada para cuidar del corazón de Shelley era Mary. Cuando Mary murió, muchos años después, la reliquia se encontró en su escritorio, entre sus papeles”.

Al regresar a Londres en 1823, para sobrevivir, recurrió a la escritura, publicando novelas, relatos, artículos de enciclopedia y reseñas. Además, buscó apoyo psicológico en su padre, mientras anhelaba la aceptación de la sociedad.

En 1848, Percy Florence contrajo matrimonio con Jane Gibson St. John. La unión fue feliz, y Mary Shelley y Jane desarrollaron una buena relación. Mary vivió con su hijo y su nuera en Field Place, Sussex, la antigua residencia de los Shelley, y en Chester Square, Londres, además de acompañarlos en sus viajes.

Fue enterrada en el cementerio de San Pedro de Bournemouth. Posteriormente, los restos de sus padres, Mary Wollstonecraft y William Godwin, fueron trasladados a ese mismo cementerio cuando la construcción de la estación de tren de St. Pancras amenazó sus tumbas originales en Londres. Según escribió Emily Sunstein en Mary Shelley: Romance y realidad, su hijo Florence y su nuera abrieron la caja que guardaba cerca de su cama un año después de su fallecimiento. Encontraron la copia del poema Adonais de Percy Shelley con una hoja arrancada doblada alrededor de un trozo de seda que contenía un poco de sus cenizas y el resto de su corazón, y mechones de pelo de sus difuntos hijos William y Clara.

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