31 de agosto de 2024
A 30 años del título de Vélez en la Libertadores: de las atajadas de Chilavert a la increíble manera en que Bianchi vivió los penales de la final
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El Fotrín dio el golpe ante San Pablo con “un plantel humilde, que siempre quiere trabajar, que no se la cree nunca”, según las palabras del propio Virrey.
“Para mí, el de Tito Pompei fue el penal más lindo de la historia del fútbol”. Una frase muy futbolera, que encierra todo el sentimiento, aunque hayan pasado 30 años. El autor es Christian Bassedas, quien, en diálogo con Infobae, recordó cómo fue aquella histórica jornada: “La diferencia la habíamos hecho de local, aunque solo ganamos 1-0. A Brasil fuimos a buscar el resultado que necesitábamos y, en muchos momentos, nos sentimos atacados y dominados. Pero teníamos un grupo sólido, fuerte y contábamos con Chilavert, que siempre estaba en los momentos en el que tenía que aparecer un genio o un crack como él. A lo largo de los 90 minutos no llegamos mucho, apenas recuerdo un buen tiro mío desde larga distancia, que el arquero Zetti sacó del ángulo. En la definición por penales estuvimos impecables: Zandoná y Almandoz fueron dos fenómenos, Chila, que te fusilaba, Roberto Trotta, que era el encargado y tenía gran calidad, y Tito Pompei, para darnos la gloria con ese remate que se metió en la historia de Vélez”.
Y allí comenzó otra historia increíble. Gustavo Cima llevaba ya cinco años en Competencia, el equipo deportivo de radio Continental. Además de dar sus primeros pasos como relator, también cubría a diario las novedades de Vélez y por ello viajó a Sao Paulo para la cobertura, que así evocó para Infobae: “Víctor Hugo me dijo que intentara ingresar al campo de juego, por lo cual no iba a poder ver el segundo tiempo. Se vivía un clima muy hostil, ya que el Morumbí era como una olla hirviente. Bajé desde la cabina hasta el pasillo que conectaba los vestuarios con el campo de juego, pero quedé allí, porque había una reja cerrada y protegida por personal de seguridad. En esa situación y en absoluta soledad, (solo con un cable largo, micrófono y auriculares), comencé a tener compañía. Primero el Pacha Cardozo, que al ser expulsado se dirigió al vestuario a buscar su Biblia y se puso a rezar. Luego apareció Carlos Bianchi, a quien le ofrecí los auriculares, para que pudiera escuchar el relato de Víctor Hugo, única forma de poder seguir las alternativas desde ese sitio y me dijo que sí. De esa situación, recuerdo claramente dos comentarios suyos: ‘Este nos puede hacer lío’ (ante el ingreso del pequeño Juninho) y, más contundente: ‘Deciles que tiren a matar’, el mensaje que le dio a Ischia, su ayudante, para transmitírselo a los jugadores al momento de los penales”.
Muchísima gente se había juntado en el estadio José Amalfitani para vivir en pantalla gigante lo que sucedió en el Morumbí. Y la fiesta interminable tras el penal de Pompei por sentirse los mejores de América, algo quizás impensado un año y medio antes, cuando asumió Bianchi, que fue dando cada paso en forma meditada, pero firme. Como aquella innovación táctica para la final, que desorientó al adversario, pero que no tuvo nada de improvisación, como lo recuerda Gustavo Cima: ‘No sé cómo me había enterado que el domingo previo a la final se iba a realizar una práctica a puertas cerradas. Era el único periodista allí, logré ingresar y quedé medio escondido en una de las tribunas, desde donde pude observar que habían corrido las líneas del campo de juego del Amalfitani, para que tuviese las mismas dimensiones que el Morumbí, sobre todo con el tema del ancho. Allí descubrí que iba a jugar con línea de cinco defensores”.
Eran otros tiempos en la estructura de la Copa Libertadores, donde clasificaban solo dos equipos de cada país, que se cruzaban con dos de otra nación en la fase de grupos y de allí avanzaban tres. Se sabía con antelación que, en la edición de 1994, los argentinos debían ir contra los brasileños, que no eran precisamente, conjuntos de relleno. Así nos lo recordó Bassedas: “Al momento de comenzar la Copa Libertadores, el plantel estaba en pleno crecimiento, luego de haber sido campeones del torneo local en 1993. Desde la llegada de Bianchi teníamos una estructura sólida, con un muy buen funcionamiento, pero el grupo era muy bravo: Palmeiras, con Mazinho, Zinho y Cleber; Cruziero, donde estaba nada menos que Ronaldo y el Boca que dirigía César Menotti, con el Beto Márcico, entre otras figuras. No era una tarea sencilla, porque obviamente uno no quiere encontrarse con cuadros tan fuertes en el arranque. Para muchos daba la sensación que Vélez Sarsfield era quien se iba a quedar afuera, porque era el que tenía menos historia. Sin embargo, clasificamos con mucha autoridad”.El debut fue contra Boca en Liniers, en un partido complejo, en el que Vélez corrió siempre desde atrás, no solo por el gol del Colorado Mac Allister, que lo dejó abajo en el marcador, sino también en el juego. Cuando faltaban diez minutos, el Turu Flores puso el empate, aprovechando un resbalón de Navarro Montoya y colocando la pelota con maestría desde fuera del área. Luego llegó el momento del primer viaje a Brasil, donde obtuvo un muy buen empate ante Cruzeiro. El fenómeno Ronaldo puso el 1-1 y el Turco Asad logró el empate, ante un descuido de la defensa rival. Una semana después, recibió a Palmeiras, que venía de golear a Boca por el descomunal score de 6-1. Nada amedrentó a los hombres de Bianchi, que se impusieron por la mínima, con un cabezazo de Asad.Vélez había conseguido la clasificación a falta de dos fechas, mientras que Boca quedaba prácticamente eliminado. Con su habitual estilo práctico y letal, superó 2-0 a Cruzeiro y se aseguró el primer puesto, permitiéndose afrontar el choque final ante Palmeiras en Brasil con un equipo alternativo, que cayó por 4-1. En los octavos, Defensor Sporting fue mucho más duro de lo esperado y recién lo superó en la definición por penales, la primera de aquella Copa inolvidable, donde comenzó a acrecentarse la figura de José Luis Chilavert, quien convirtió el suyo y atajó los disparos de Almada y Dos Santos.
De ese modo se ganó el pasaporte a la final, donde se abrazó a la gloria eterna, gracias a un plantel disciplinado, sólido y parejo, que respondía fielmente a un entrenador brillante como Carlos Bianchi. Así lo recuerda Bassedas: “Marcó un antes y un después en la historia del club, porque a partir de él Vélez Sarsfield se hizo grande. Por supuesto que todos nosotros tenemos que ver con la conquista, porque el fútbol es equipo y más allá del mensaje del entrenador, los que ejecutan son los futbolistas, pero su impronta fue muy importante para ser definitivamente grandes, además de una institución hermosa”.
El Pepe Basualdo era un futbolista ideal para el estilo de conducción de Bianchi, por su perfil bajo, disciplina táctica y calidad dentro del campo de juego. De esta manera nos los recordó: “Yo no tenía mucho diálogo con Carlos, pero con solo mirarnos nos alcanzaba. Conmigo ni hablaba y yo me enteraba que era titular al ver el equipo en el pizarrón. Parecía que nos conocíamos de otra vida. El envión de haber ganado el torneo local siguió hasta ser campeones de la Libertadores. Éramos un equipo humilde que luchó y venció a los poderosos como Palmeiras, Boca, Sao Paulo y el Milan. Cada vez que entró al club, veo el poster y allí estoy, como protagonista de esos momentos inolvidables”.Julio Santella fue otra pieza clave en aquel grupo, superando claramente su función de preparador físico, donde fue uno de los mejores. También tuvo palabras de elogio para el Virrey: “Siempre le admiré su metodología, que era muy interesante y voy a poner un ejemplo. Llegábamos al hotel para concentrarnos el día anterior al partido y al rato sonaba el teléfono en mi habitación. Era él que me decía: ‘¿Me podría mandar a fulano, por favor?, haciendo referencia a alguno de los jugadores del plantel. Yo lo iba a buscar para que fuera a la pieza de Bianchi, que le hablaba a solas del partido que íbamos a afrontar, pero también le preguntaba por la familia y sus cosas personales. En ese mano a mano, percibía cosas que eran imposibles en las reuniones grupales. Los muchachos solían decir: ‘Pasé por el confesionario’ (risas). Los jugadores se entregaban a Carlos, porque él los convenció y les había ganado su voluntad. Pero no hay una fórmula para el éxito, porque en el manejo de un grupo confluyen un montón de factores para llegar a un buen resultado y muchos tienen que ver en cómo se ejerce el liderazgo. En mi opinión, otra de las claves de su gran tarea es que Bianchi era una figura limpia y clara, lo que lo acercaba a los jugadores y la relación con ellos, la manejaba como nadie, incluso con una mirada, más allá de las palabras”.
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