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9 de septiembre de 2024

40 años del estreno de Amadeus: John McEnroe como inspiración y la verdadera historia de Antonio Salieri

La película dirigida por Milos forman se convirtió en un inesperado suceso. Triunfó en la taquilla y se llevó 8 Premios Oscars. Cómo llegó a la pantalla grande. Y por qué aquellos elementos que más recordamos de ellos son imprecisiones históricas

>Es una historia de celos, envidia, venganza, codicia y, quizá, la de un crimen. Es una reflexión sobre el proceso de la creación artística: la inspiración, las herramientas, el trabajo. Es, también, la historia de un genio tan abrumador que ni siquiera su peor enemigo puede negarlo. Cuarenta años atrás, Amadeus de Milos Forman llegaba a las salas. Inspirada en la vida de Mozart logró narrar su genio a través de un enfrentamiento, de un duelo con Antonio Salieri, un hombre que lo odiaba pero que no podía dejar de reconocer que la música creada por su enemigo se asemejaba, según afirma el personaje, a la voz de Dios.

Alguna vez Billy Wilder dijo que él se había equivocado de profesión, que debió dedicarse a ser dramaturgo. Que quienes escriben obras de teatro (en el mundo anglosajón) tienen muchas posibilidades para seguir mejorando su trabajo. Estrenan en una plaza alejada y viendo la reacción del público la van modificando hasta tener una versión afilada y con muchos cambios al llegar a Broadway o Londres. O, tal vez, en ese proceso descubren que lo que escribieron es irrecuperable y lo abandonan antes de que la producción pierda millones de dólares y de que ellos sufrann un papelón masivo. Wilder sostenía que en el cine no tenían esas instancias y que, muchas veces, después de años de trabajo descubren en un fin de semana, el del estreno, que urdieron un desastre artístico y comercial. Antes de llegar al cine, Amadeus fue una obra teatral escrita por Peter Shaffer, de enorme suceso en Londres y Broadway. Pero si alguien contara el argumento de lo que vio en las primeras funciones y lo contrapusiera al de las representaciones de un par de años posteriores, descubriría que el texto había sufrido una enorme transformación. Peter Shaffer, en esos años en que Amadeus estuvo en cartel, nunca dejó de retocar los parlamentos, transformar personajes, de agregar, eliminar y acortar escenas.

Por eso cuando supo que finalmente se haría la versión cinematográfica y que el director Milos Forman quería escribir con él en el guión, el dramaturgo no tuvo inconvenientes en retrabajar el texto para adecuarlo al nuevo lenguaje, al del cine. De todas maneras Shaffer tuvo alguna reticencia inicial porque sus obras anteriores habían sido maltratadas por Hollywood.

Ambos se recluyeron juntos en una casa de campo en Connecticut durante cuatro meses. Trabajaron cada día discutiendo ideas y debiendo afrontar días de sequía: se contagiaron mutuamente el bloqueo de escritor y el proyecto pareció naufragar entre jornadas estériles y discusiones por parlamentos y escenas desechadas. Llegaron a llamar a esa casa como “La Cámara de Tortura”. De a poco a través de improvisaciones sobre las escenas de la obra teatral, el guión tomó forma.

Tras su estreno la película obtuvo excelentes críticas y de inmediato se ubicó como candidata principal para la temporada de premios. Eso impulsó su performance en la taquilla. De todas maneras nunca logró estar entre las cinco más vistas en ninguna de las semanas que estuvo en cartel. No importó: su largo recorrido en salas, los premios Globos de Oro y los Oscars hicieron que llegara a recaudar casi 100 millones de dólares, un gran número para la época.

Amadeus ganó 8 Oscars entre ellos los de mejor película, mejor director, guión adaptado y mejor actor protagónico. Esa noche los argentinos estuvieron pendientes de la ceremonia: Camila de María Luisa Bemberg era una de las candidatas a Mejor Película en Idioma Extranjero. Fue célebre el one liner de Maurice Jarre, el ganador de mejor partitura original de ese año por Pasaje a la India; en su discurso de aceptación dijo: “Agradezco que Mozart no haya estado entre los nominados”.

Milos Forman tardó en encontrar al actor que encarnaría a Mozart. Los productores quisieron imponerle, en primera instancia, a Walter Matthau. El checo se opuso con decisión. Era una idea alocada. La amistad de uno de los financistas con el actor y su devoción por la música de Mozart eran las razones invocadas. Forman no dio el brazo a torcer. Su Mozart tenía poco más de 30 años (el real murió a los 35) y para ese entonces Matthau sobrepasaba los 65.

Tom Hulce debía hallar el rasgo distintivo de su Amadeus. Tenía la mirada encendida y peligrosa, el gesto juvenil en la cara, la tensión de la aventura permanente. Pero faltaba algo más. La risa. Probó decenas de variantes y ninguna convencía a Forman. Cada tanto hacía un ensayo en alguna reunión social pero nunca quedaba conforme. Hasta que recordó la risa histérica, ahogada y repentina, casi de dibujito animado, de un productor cinematográfico que había conocido tiempo antes. Y trató de evocarla para poder reproducirla. Eso tampoco funcionó, hasta que un día en pleno rodaje, luego de que el director gritara ¡Acción!, la risa apareció. Fue como un acto de magia. Todos en el set creyeron que Hulce había guardado su hallazgo para sorprenderlos en medio del rodaje. Pero no fue así. Esa risa, la de Amadeus, apareció bajo presión, con las cámaras rodando. Después cada vez que intentó remedarla fuera del set, Hulce fracasó. Sólo podía hacerla frente a las cámaras.

El otro gran desafío de casting era dar con el Salieri perfecto. Sobre él recaía el gran peso de la película. Debía ser profundo y oscuro; su resentida admiración debía ser tridimensional, esa envidia debía tener presencia física. Viendo Scarface, Forman descubrió a F. Murray Abraham, un actor de 45 años, casi desconocido, que se había pasado la última década haciendo pequeños papeles y publicidades, que casi había perdido la esperanza de triunfar en la actuación. Frustrándose de casting en casting, su esposa había tenido que aceptar un trabajo como administrativa para pagar las cuentas del hogar mientras Murray Abraham se ocupaba de las tareas domésticas. Amadeus fue su gran oportunidad y no la desaprovecho. Ganó todos los premios posibles. Entre ellos el Oscar a mejor actor protagónico; otro de los nominados (y derrotados) en esa categoría fue Tom Hulce. El crítico Roger Ebert, años después, habló de La Maldición F.Murray Abraham para referirse a los actores que tuvieron un éxito temprano y que luego su carrera fue en declive, no se pudieron reponer de ese suceso. Sin embargo no parece ser este el caso. Murray Abraham tuvo una extensa carrera con participaciones destacadas en películas como El Nombre de la Rosa o Grand Hotel Budapest, protagonizó en Broadway, también hizo obras de Shakespeare y Chejov y participó de series como Homeland y The White Lotus. Hace poco fue denunciado por conducta sexual impropia en un set de filmación. El actor cuando lo consultaron por la supuesta maldición del Oscar, respondió: “Fue el hecho más importante de mi vida profesional. Cambió mi carrera. Me permitió vivir muy bien los siguientes cuarenta años haciendo lo que me gusta. Si alguien puede llamar a eso maldición, le deseo a todos que les caiga una maldición tan dulce y gratificante como la que me tocó a mí”.

En Amadeus esa búsqueda se vuelve más atractiva por que los elementos que perduraron en la memoria colectiva luego de cuatro décadas, los que quedaron fijados son en su mayoría ficcionales y no biográficos.

Tampoco existen evidencias históricas del alcoholismo de Mozart (difícil que alguien tan prolífico y activo padeciera esa adicción que no permite demasiada productividad) y parece altamente improbable que Salieri tuviera influencia sobre las decisiones –de cualquier tipo- del monarca.

La línea principal del argumento, lo que impulsa toda la acción, es el odio salvaje e incontrolable de Salieri hacia Mozart. No existe ningún indicio para sostener que existía siquiera un encono entre ellos. Eran colegas y hay pruebas de que Salieri se deleitó con varias de las creaciones de Mozart. Por ejemplo, algunos testigos contaron la manera efusiva en que Salieri recibió La Flauta Mágica en su función estreno. Es posible que a Antonio Salieri le haya ganado la amargura con el paso del tiempo, ya muerto Mozart, al ver cómo su obra hacía empalidecer la suya y la de sus contemporáneos, como quedaban eclipsados. Salieri colaboró con Amadeus en la composición de la Misa de Réquiem (y no fue él quien realizó el encargo sino un miembro de la realeza recientemente viudo que quería homenajear a su esposa). Otra muestra de la buena relación entre ambos: tiempo después fue maestro musical del hijo menor de Mozart, quien tenía cuatro meses cuando su padre murió.

Entre las imprecisiones históricas se puede contar también el título: Amadeus. Mozart no se llamaba así. Sus padres le pusieron Joannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart. Amadeus sería la traducción latina del griego Theophilus: amar a Dios. Mozart, a pesar de haber recurrido a lo largo de su existencia a diferentes variaciones de sus nombres de pila, nunca utilizó Amadeus. Sin embargo es como hoy se lo recuerda, en gran medida gracias a la película.

Y ese no es el único aporte de la obra de Milos Forman a la cultura popular. Salieri hasta ese momento era un personaje oscuro, sólo conocido por los especialistas. Hoy su apellido es sinónimo de alguien sin mayor talento, de un parásito que vive del talento ajeno, de un ser cuyas emociones predominantes son la envidia y el resentimiento; se convirtió en una categoría.

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