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20 de octubre de 2024

Yo vi debutar a Diego Maradona hace 48 años

La revista El Gráfico organizó una cobertura especial para la ocasión: la historia de aquel inolvidable estreno ante Talleres que pasó a la historia

>Puedo cerrar los ojos y ver nuevamente su sonrisa en ese Cosmos del dolor que fue su vida. Fue hace exactamente 48 años; era un miércoles húmedo de sol impiadoso. El barrio, La Paternal, lucía un esplendor infinito con las ropitas colgadas en las terrazas bajas y se advertía en sus balcones la gracia infinita de malvones, rosas y jazmines.

Desde la platea, mis compañeros de El Gráfico y yo –que sólo habíamos ido para verlo debutar- mirábamos el banco esperando que el técnico Jorge Montes señalara su ingreso. Ese día, además, el club le había entregado a sus padres las llaves del departamento de la calle Argerich 2746. Estos dos hechos marcarían los hitos iniciales de la nueva vida de Diego Armando Maradona.

Era el Diego inicial, el de los deseos y las ilusiones: un adolescente puro, por entonces más hijo que padre, más compañero que líder; orgulloso del barro, del cielo de chapas, de las carencias y de aquel bondi impaciente que no lo esperaba huyendo tras el humo negro de su motor agonizante.

Su mejor amigo de la infancia se llamaba Jorge... Jorge Cyterszpiler. Había padecido poliomielitis y su hermano Juan Eduardo jugaba en la inferiores de Argentinos, era una gran promesa de esa inagotable fuente de talentos que es Argentinos. Jorge no se perdía ningún entrenamiento de su hermano. Pero éste falleció de cáncer a los 16 años y tras esa tragedia familiar el “renguito” desapareció del club.

Sin embargo, cuando transcurría 1974 mucha gente de Argentinos lo iba a ver para sacarlo de la depresión y sólo pudieron convencerlo para que regresara cuando le hablaron de un pibe que la rompía en la 9ª División y se llamaba Diego Armando Maradona, “el chiquito que hacía jueguito durante los entretiempos y tenía la pelota sobre sus pies haciendo malabares durante 10 minutos, ¿te acordas?”. Fue así que Jorge volvió al club, le dieron el cargo de “una especie”de coordinador, se acercó mucho a Diego, se hizo amigo, después “gomía” (el grado superior de la amistad) y por último, su manager.

Ese renguito amigo de trágico final -se suicidó una tarde de mayo del 2017– lo trajo una tarde a conocer la redacción de El Gráfico. Y su amor por Diego lo convirtió en un martirio bendito para nosotros: quería que El Gráfico lo reporteara, cubriera los partidos de Los Cebollitas, le hiciera reportajes y lo sacara en la tapa.

Por cierto que fuimos a verlo jugar cuando actuaba en la 7ª y su magia fue tan subyugante que por primera vez en su centenaria historia El Gráfico le dedicó un espacio a un jugador de divisiones inferiores, tal era su talento. A su vez Jorge asumiría un compromiso “a fuego” con nosotros pues se comprometía a decirnos antes que a nadie cuándo debutaría Diego en la Primera División.

Debimos esperar 14 meses para que Jorge nos confidenciara que Jorge Montes le había anticipado ese lunes algo que aún no sabía Diego y era que si lo veía bien en la práctica “de mañana”, debutaría el miércoles contra Talleres en La Paternal.

En la redacción de la revista apuramos el cierre de lo que técnicamente se llamaba el “primer pliego”; eran 32 páginas con notas atemporales y vigentes que se integrarían a las otras 40 con la actualidad del fin de semana.

Aquella tarde de miércoles era calurosa y húmeda. Los vecinos del barrio se sentían invadidos. Veredas, umbrales, cordones… Todo estaba intrusado hasta la sombra bajo los árboles, esperando la hora de poder ingresar a la cancha. Se advertía en las calles cercanas a los fatigados hinchas de Talleres que descansaban su largo viaje en ómnibus. Eran muchos, más de mil y dejaban su incesante canto de aliento junto a botellas abandonadas ya sin el vino del aroma dominante.

Mucho tiempo después, en el 2000, Diego recordaría cada instante de aquel día. Fue en “La Pradera” donde se recuperaba de aquel colapso de salud que puso en jaque su vida en Punta del Este cuando se esfumaba Diciembre del 99′. Ahora, en La Habana, disfrutando de aquel ámbito de paz, silencio y familia nos sentamos a grabar su testimonio durante muchos días para el libro autobiográfico “Yo soy el Diego de la gente” (Planeta). Y evocando aquel debut del que se cumplen hoy 48 años, nos dijo por momentos emocionado, en otros eufórico y siempre con tono feliz: “En la práctica del martes se me acercó el técnico, que era Jorge Montes, y me dijo: ‘Mire pibe que mañana va a ir al banco de Primera’. A mí no me salían las palabras, entonces le dije: “¿Qué? ¿Cómo...?”. Y él me lo repitió: “Sí, va a ir al banco de Primera… Y prepárese bien porque usted va a entrar. Entonces agarré, desde ahí mismo, desde Comunicaciones donde nos entrenábamos, me fui corriendo con el corazón en la boca para contarles a mis viejos. Y claro le conté a la Tota y te imaginás… A los dos segundos ya lo sabía todo Fiorito”.

“En realidad, podría haber debutado un mes antes pero me mandé una… Resulta que en un partido de Tercera contra Vélez el árbitro había sido realmente un desastre. Cuando terminó el partido me acerqué y le dije así tranquilamente: “Juez, usted es un fenómeno, tendría que dirigir partidos internacionales”, cuando me miró mientras íbamos a los vestuarios le dije: “Sos un desastre”. Me dieron cinco fechas por la cabeza y eso atrasó mi debut”.

“Cuando llegó el gran día, miércoles 20 de octubre de 1976, hacía un calor bárbaro. O eso sentía yo, por lo menos. Me puse la camisa blanca y el pantalón de corderoy turquesa con la botamanga ancha, el único que tenía. ¿Qué iba a hacer? ¡No había otro! Se hablaba de los premios y todo eso, entonces pensaba: “Bueno, en este partido al suplente le toca algo y si entro, un poco más”. Hacía cuentas: por ahí, me compro otro pantalón o algo, perdimos, je, pero igual fue todo muy lindo”.

“Nosotros, los jugadores de Argentinos nos juntamos antes del partido a comer en Jonte y Boyacá. Fue el clásico bife con puré con la charla técnica de Montes como postre, todo ahí, después cruzamos caminando hasta la cancha entre la gente. ¡No nos conocía nadie! Los cordobeses tenían un equipazo, Ludueña, Ocaño, Luis Galván, Oviedo, Valencia, Bravo... Nosotros no teníamos tantas figuras, la verdad nos tendrían que haber echo 18 goles. Yo entré por Giacobetti en el segundo tiempo con el 16 en la espalda y la camiseta roja cruzada por una banda blanca ¡como me gustaba esa camiseta! Era como la de River… pero al revés, je”.

“En el borde de la cancha, Montes me dijo: “Vaya Diego juegue como usted sabe… y si se puede tire un caño”. Le hice caso: recibí la pelota de espaldas a mi marcador, que era Juan Domingo Patricio Cabrera, le amagué y le tiré la pelota entre las piernas; pasó limpita y enseguida escuché el oooole… de la gente, como si fuera una bienvenida. Entre los chicos me había acostumbrado a que me cagaran a patadas pero en ese primer partido aprendí rapidito que tenía que saltar justo. Lo gambeteas al marcador, saltas la patada y seguís con la pelota; si no aprendes eso a la tercera patada ya no podés seguir”.

“Perdí el primer partido, sí, pero arrancaba con Argentinos una larga historia, hermosa, inolvidable siempre digo que futbolísticamente toqué el cielo con las manos pues sabía que se iniciaba algo importante, algo grandioso en mi vida…”.

Sería también el líder de sus compañeros y el paradigma de sus colegas; una celebridad mundial que alternaría con reyes, príncipes, jeques, primeros ministros, papas, presidentes.

Sí, puedo cerrar los ojos y recordarlo todo. Volver a ver aquella frescura sin haber imaginado que hoy su evocación son solo palabras sin sentido como un reflejo de su reflejo. Qué dolor tan grande recordar estos hechos de su vida sin haberlo podido acompañar hasta el paso final hacia su muerte…

Archivo: Maximiliano Roldán

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