29 de mayo de 2025
A 133 años del nacimiento de Alfonsina Storni, la gran poeta argentina: de lavaplatos a ser elogiada por García Lorca

Fue una figura femenina destacada en la cultura. Solitaria, independiente, apasionada, su talento la impuso en un mundo casi reservado a los hombres. Su dura infancia, la relación con Horacio Quiroga y el reconocimiento de sus pares
Su obra, desde La inquietud del rosal (1916) hasta libros como Mundo de siete pozos (1934) y Mascarilla y trébol (1938), recorrió temas entonces vedados o censurados: el cuerpo femenino, el deseo, la maternidad sin idealización, la fatiga vital y la autonomía. Su voz, decidida y sin concesiones, consiguió interpelar y desestabilizar las normas literarias establecidas de su época. Pero no solo escribió poesía: ocupó espacios de opinión en los diarios y se convirtió en una referencia para las mujeres que buscaban una palabra propia en lo público. Su escritura fue política. Derribó moldes estéticos sin caer en el panfleto, y dejó una obra que desbordó los géneros para instalar preguntas que aún persisten: sobre el deseo, el cuerpo, la maternidad, la autonomía y el derecho de las mujeres a narrarse sin permiso.
Alfonsina fue la tercera hija del matrimonio formado por Alfonso Storni y Paulina Martignoni; en homenaje a su padre, llevó su nombre. Escribió en prosa y obras teatrales, pero fue la poesía su máxima fuente de inspiración, expresión y desahogo para sus pesares. La relación con la escritura fue temprana: a los diez años ya había escrito un poema sombrío, atravesado por la muerte, en el que se insinuaba la melancolía que más tarde impregnaría gran parte de su obra.
La situación económica no mejoró. Con apenas diez años, Alfonsina empezó a trabajar como obrera en una fábrica de gorras, mientras sus hermanas se dedicaban a la costura. De esa manera, la infancia quedó atrás muy pronto. En 1907, una compañía de teatro itinerante llegó a Rosario durante una gira nacional y fue cuando Alfonsina tuvo una oportunidad inesperada: supo que una actriz había enfermado y buscaban un reemplazo. Se presentó a una audición y quedó. Con el consentimiento de su madre, se unió a la gira por varias provincia. Esa experiencia marcó el inicio de su vínculo con el arte escénico que más adelante retomaría, pero sobre todo confirmó su amor por el lenguaje y por el escenario como espacio de expresión.
“A los 13 años estaba en el teatro. Este salto brusco, hijo de una serie de casualidades, tuvo una gran influencia sobre mi actividad sensorial, pues me puso en contacto con las mejores obras del teatro contemporáneo y clásico (…). Pero casi una niña y pareciendo ya una mujer, la vida se me hizo insoportable. Aquel ambiente me ahogaba. Torcí rumbos…”, le contó Alfonsina al filólogo español Julio Cejador en una carta donde recuerda su temprana incursión en el teatro. Al salir de allí, escribió su primera obra teatral, de la que no quedaron rastros.En 1911, con 19 años, se mudó a Buenos Aires y al año siguiente nació su hijo Alejandro. Nunca reveló la identidad del padre. Para mantener al niño trabajó como cajera en un comercio de Florida y Sarmiento y en la revista Caras y Caretas. Su estilo de vida subrayó su carácter decidido e independiente, algo inusual para la época. Cinco años más tarde, en 1916, por fin pudo vencer sus dificultades económicas y logró publicar La inquietud del rosal, su primer libro.
No tardó en llegarle el merecido reconocimiento: durante un homenaje al novelista Manuel Gálvez, recitó públicamente sus propios versos con muy buena recepción. En el otoño de ese año, la revista Mundo Argentino volvió a publicar uno de sus poemas y compartió páginas con Amado Nervo, poeta mexicano que ella admiraba y que era defensor del modernismo junto con Rubén Darío.La década de 1920 encontró a Alfonsina en un momento de plena consolidación literaria. Ya había publicado Irremediablemente (1919) y Languidez (1920), dos libros que la posicionaron como una de las voces poéticas más relevantes del Río de la Plata. En esos años entabló una estrecha amistad con el pintor Emilio Centurión, a quien visitaba en su casa con frecuencia. Y, según distintas fuentes, fue allí donde conoció al escritor uruguayo Horacio Quiroga, en 1922. Él ya había publicado sus obras más reconocidas y subsistía modestamente gracias a sus colaboraciones en la prensa.
La relación entre ambos escritores generó revuelo en su época y hoy, probablemente, hubiese ocupado titulares en varias revistas de chimentos. Varias biografías de Storni coinciden en una anécdota que atribuyen a la escritora Norah Lange: durante una de las reuniones habituales entre escritores, se jugó al tradicional juego de las prendas. A Quiroga le tocó sostener un reloj de cadena, que él y Alfonsina debían besar al mismo tiempo. En un gesto inesperado, Quiroga retiró el reloj justo cuando ella acercaba los labios, y el juego terminó en un beso.En ese mismo año, la escritura de Storni dio un giro y Ocre marcó un punto de inflexión: una poesía más introspectiva, influida por el duelo por la muerte de su gran amigo José Ingenieros (ocurrida el 31 de octubre de 1925) y por su experiencia docente en la Escuela Normal de Lenguas Vivas, donde daba clases de lectura y declamación. La soledad empezaba a asomar como un tema persistente en su obra. En ese tiempo también recibió en su casa a la escritora chilena Gabriela Mistral, quien quedó profundamente impresionada por su personalidad y carácter.
Dos años más tarde volvió a un viejo amor: estrenó su primera obra de teatro bajo las atentas miradas de su público, entre ellos el presidente Marcelo Torcuato de Alvear y su esposa, Regina Pacini. Pero la critica fue despiadada y duró solo tres días en cartel. Aunque desanimada, inició entonces una etapa marcada por el activismo social y el gremialismo literario: participó de la creación de la Sociedad Argentina de Escritores. Comenzó a viajar de manera reiterada a España y, posteriormente, publicó dos nuevas obras, mientras colaboraba en los diarios Crítica y La Nación.Dos años después, en mayo de 1935, Alfonsina fue sometida a una operación por un cáncer de mama. Su salud comenzaba a deteriorarse de manera irreversible. A ese padecimiento físico se sumó un golpe emocional profundo: el suicidio de Horacio Quiroga. Alfonsina lo despidió como sabía y le dedicó un poema con sabor a partida que, también, anticipaba su propio final: “Morir como tú, Horacio, en tus cabales/ Y así como en tus cuentos, no está mal/ Un rayo a tiempo y se acabó la feria…/ Allá dirán./ Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte/ Que a las espaldas va/ Bebiste bien, que luego sonreías…/Allá dirán”.
Su ultimo año fue un período de enfermedad, introspección y despedida, en el que enfrentó con crudeza las limitaciones impuestas por su cuerpo y la soledad.Pese a esa situación, en enero de 1938, viajó a Montevideo para participar de un encuentro organizado por el Ministerio de Instrucción Pública de Uruguay, junto a sus colegas Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral, donde debían exponer sus procesos creativos. Alfonsina escribió su exposición durante el viaje: puso su valija sobre las rodillas, sacó lápiz y papel y escribió Entre un par de maletas a medio abrir y las manecillas del reloj. Ese mismo año publicó Mascarilla y trébol, una serie de poemas breves marcados por la conciencia de la muerte, y Antología poética con sus textos preferidos. Esos libros revelan una voluntad de cierre lúcida y contenida hacia el final. Poco antes de morir, envió los originales a la editorial Losada en un sobre cerrado, mientras su salud se agravaba y el temor al avance de la enfermedad la atormentaba.
El 23 de octubre de 1938 viajó sola a Mar del Plata y se alojó en un hotel frente a la playa La Perla. Durante la madrugada del 25 de octubre, abandonó su habitación y fue hacia el mar. Nadie la vio. Dos obreros encontraron su cuerpo sin vida horas más tarde. La leyenda dice que caminó lentamente hacia las olas —una imagen que luego inmortalizaría la canción Alfonsina y el mar—, la realidad es que dejó una carta dirigida a su hijo Alejandro y una nota para la administración del hotel que simplemente decía: “Me arrojo al mar”.Alfonsina no resistió: la muerte de Horacio Quiroga (19 de febrero de 1937), el avance del cáncer y el desgaste acumulado por los años de lucha pudieron haber influido en su decisión final.
Dientes de flores, cofia de rocío,
tenme prestas las sábanas terrosas
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
una constelación, la que te guste;
Déjame sola: ¿oyes romper los brotes?
y un pájaro te traza unos compases
si él llama nuevamente por teléfono
COMPARTIR:
Comentarios
Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!