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18 de junio de 2025

Waterloo: la estrategia de Napoleón de dividir fuerzas, una batalla sangrienta y el misterio de los restos de miles de soldados

En ese extenso campo situado en Bélgica, quedó sellado el final de Napoleón Bonaparte. Cómo fue la batalla en la que chocaron dos poderosos ejércitos y la incógnita del destino final de los restos de los miles de hombres que allí murieron

>Un esqueleto completo hallado cuando se levantaba una playa de estacionamiento, una pila de miembros amputados, mezclada con restos de caballos, balas de mosquetes y de pistolas, cajas de municiones y hebillas de cinturón. Eso fue lo que arrojaron, hasta el momento, diversas excavaciones arqueológicas en el terreno donde se combatió en Waterloo, una aldea situada a unos veinte kilómetros al sur de Bruselas, la capital de Bélgica.

En la granja de Mont-Saint-Jean, adaptada entonces como un hospital de campaña del ejército aliado, permanecían sepultados miembros amputados, y la granja de Hougoumont, donde fueron hallados diversos vestigios, fue un punto clave donde se concentraban parte de las fuerzas aliadas. Napoleón centró allí un ataque de distracción y aseguró a su estado mayor que si seguían sus indicaciones, esa noche del domingo 18 de junio de 1815 celebrarían en Bruselas.

El 1 de marzo de 1815 había desembarcado en la Costa Azul, proveniente de la isla de Elba, y el 20 entró triunfal y aclamado en París, mientras el rey Luis XVIII salvaba su pellejo refugiándose en los Países Bajos. Apenas arribó a la capital, todos supieron para qué había ido. “Necesito una victoria”, afirmó.

El 6 de junio se puso en marcha con su ejército. Antes de partir, le envió a su amante la condesa María Waleska, ”la única mujer que me ha amado”, sus armas, dinero, valores negociables, acciones y un brazalete.

Arthur Wellesley, un irlandés de 46 años, corpulento, de un metro ochenta, que pasaría a la historia como el duque de Wellington, quedó al mando de un ejército formado por ingleses, alemanes y holandeses. Era un excelente jinete y un héroe de guerra que había comandado al ejército aliado en la guerra de la independencia española y que había vencido al ejército francés en España. Y el mariscal Gebhard von Blücher, con sus 72 años a cuestas, era un inteligente estratega prusiano que disfrutaba estar en la primera línea de la batalla.

Wellington estaba en un baile en Bruselas cuando le informaron que el 15 de junio Napoleón, sorpresivamente ya estaba en Bélgica.

Las fuerzas que se enfrentaron en Waterloo fueron gigantescas: 74.000 franceses contra 68.000 aliados y 45.000 prusianos.

La batalla

Wellington lo aguardó con una formación clásica: un centro, dos alas y una retaguardia con una importante reserva. Colocó a sus mejores hombres en el ala derecha; la izquierda la reforzaría cuando llegasen los prusianos.

Desde su cuartel que estableció en una posada llamada La Belle-Alliance —que aún puede visitarse— Bonaparte dispuso sus tropas en tres líneas. Ocupaban un ancho de cinco kilómetros y medio. Estaba confiado, si en Ligny había hecho desbandar a los prusianos, y el mismo día el mariscal Michel Ney había impedido que los ingleses acudiesen al auxilio de sus aliados.

Gran parte de la acción se concentró unos kilómetros al sur de Waterloo, en Placenoit y Braine-l’Allend. Fueron particularmente encarnizados los combates en la granja Hougoumont que, junto a otras, estaba en camino del grueso de las fuerzas inglesas. Allí unos 2600 defensores frenaron una y otra vez feroces arremetidas de más de 10 mil franceses. “Defiendan la posición hasta el final, y no la entreguen ni la abandonen por ninguna razón”, fue la orden de Wellington. Pero Napoleón no entendió por qué allí se trabó una lucha encarnizada, cuando él había ordenado que fuera solo una distracción para atacar el otro flanco.

Bonaparte confiaba en su artillería, pero el excesivo lodo minimizó los daños de las balas de cañón. Hasta las dos de la tarde mantuvo el bombardeo. Mandó a la infantería a subir una colina, ya que detrás se concentraba el ejército aliado, pero fueron rechazados por la infantería y caballería.

La batalla tenía un resultado incierto. A primera hora de la tarde le informaron que un ejército al mando de Friedrich von Bülow se acercaba. Sabía que no debía perder tiempo: debía vencer a los ingleses antes de la llegada de los prusianos.

Ordenó a la caballería un ataque al centro enemigo. Pero los ingleses no terminaban de ceder ante las embestidas francesas. Napoleón percibió que una victoria era posible. A tal punto que Wellington le envió a los prusianos el mensaje: “Si el cuerpo no continúa su marcha y ataca enseguida, la batalla está perdida”. Cuando el segundo cuerpo prusiano entró en la batalla, demorados por la trabajosa marcha en el barro, atacaron al ejército francés en su flanco derecho. El propio von Blücher resultó herido.

El segundo cuerpo prusiano cercó a los granaderos franceses. Cada vez había más enemigos. A las 8, entró en acción el tercer cuerpo prusiano. Los doblaban en número.

Ordenó retroceder y dejó la posición con sus soldados. Tomó el mando de uno de los cuadros que aún resistían. Y cuando éstos cayeron, en su carruaje se dirigió hacia la retaguardia, escoltado por unos pocos granaderos. A las 9 de la noche Wellington y von Blücher se abrazaron en el cuartel francés. Hasta cerca de la medianoche los prusianos persiguieron a los franceses.

Dos días después, Napoleón estaba de regreso en el Elíseo. En nueve días de campaña había perdido el imperio que tardó nueve años en conquistar.

Lo escucharon quejarse amargamente de sus oficiales, especialmente de Michel Ney y de Emmanuel de Grouchy; éste último se pasaría el resto de su vida defendiéndose de la acusación de haber traicionado a Napoleón al atacar tarde a los prusianos.

El 29, en el palacio de Malmaison, se despidió de su madre y de sus allegados. Despojado de su uniforme, vestía un pantalón azul, una levita marrón, botas de montar y un sombrero redondo de ala ancha. Antes de irse pasó por el cuarto de su primera esposa Josefina, de quien se había divorciado en 1810 y que había fallecido mientras él estaba confinado en la isla de Elba. Partió en una calesa cerrada tirada por cuatro caballos. Su plan era irse a los Estados Unidos y esperar el momento propicio para regresar.

Hoy el escenario de esa batalla es un inmenso campo sembrado, donde desde 2015 la organización benéfica Waterloo Uncovered organiza expediciones arqueológicas con veteranos de distintas guerras, porque se comprobó que el trabajo de campo con ellos puede ayudarlos a sobrellevar sus lesiones físicas y sus traumas. Este modelo se replicó, con éxito, con veteranos argentinos en Malvinas.

El prusiano von Blücher pretendió que la batalla fuera llamada de “Belle Alliance”, el nombre del campamento de Napoleón. Ganó la postura del irlandés Wellington -que había quedado como el triunfador de la jornada- quien quiso que pasase a la historia como Waterloo, esa aldea donde había dormido la noche anterior a su victoria más aclamada.

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