29 de noviembre de 2025
De madera, de metal, en un contenedor marítimo y bajo el hielo: las iglesias de la Antártida que enseñan que la fe no conoce límites

Mientras el mundo gira entre conflictos, avances tecnológicos y debates sobre el futuro de la humanidad, hay un rincón del planeta donde el tiempo parece congelado, literalmente. Allí, donde las temperaturas descienden hasta los 60 grados bajo cero, el viento sopla sin tregua y el sol puede esconderse por meses o brillar sin descanso, en medio de la nieve y la soledad, la espiritualidad también encuentra su espacio
Administrada por el Comando Conjunto Antártico de las Fuerzas Armadas argentinas, la capilla está bajo la órbita del Obispado Castrense de Argentina. Funciona como espacio de misa, oración, contención espiritual y encuentro comunitario. Pero hay algo más que le otorga un carácter especial, casi trascendente: allí, en medio del silencio blanco y el rugido del viento polar, celebró misa el Siervo de Dios R. P. Tarsicio Rubin, sacerdote de la congregación de los Misioneros Scalabrinianos. Este religioso, hoy en proceso de canonización, dejó una huella profunda en la historia espiritual de Argentina y de la misión de la Iglesia en las periferias del mundo. Su presencia en la Base Esperanza y su liturgia en la capilla consolidaron el vínculo entre fe, misión y soberanía, en un territorio que no pertenece a nadie, pero que todos miran con interés.
Capilla Santísima Virgen de Luján – Base Marambio (Argentina). Otro punto de anclaje espiritual argentino es la capilla de la Base Marambio, uno de los centros operativos más importantes del país en la Antártida. Dedicada a la Virgen de Luján, patrona nacional, esta capilla es más reciente, con una estructura metálica y funcional, construida para resistir las condiciones extremas. La base, con capacidad para albergar a cientos de personas en temporada alta, tiene un movimiento constante de científicos, técnicos y militares. La capilla, en ese contexto, ofrece no solo la posibilidad de participar en la misa, sino un espacio íntimo para la reflexión personal, la oración o simplemente el silencio. Aunque no se registran en esta capilla eventos tan icónicos como bodas o nacimientos, su presencia constante es una forma de enraizar lo trascendente en una rutina muchas veces despersonalizada. El hecho de poder entrar en un lugar sagrado, aún a 3.000 kilómetros de Buenos Aires, tiene un valor innegable para quienes están lejos de todo, incluso de sí mismos.
Capilla Santa María Reina de la Paz – Villa Las Estrellas (Chile). Del lado chileno, la Villa Las Estrellas es una de las pocas localidades de carácter semi-permanente en el continente. Tiene escuela, hospital, oficina postal… y una capilla. La Santa María Reina de la Paz es parte del alma de este asentamiento que combina población militar y civil. Construida en un módulo de contenedor marítimo adaptado, la capilla funciona bajo la supervisión del Obispado Castrense de Chile. Aquí se celebran misas, primeras comuniones, bautismos y otras ceremonias típicas de una comunidad más o menos estable. A diferencia de otras bases más científicas y técnicas, Villa Las Estrellas se parece más a un pequeño pueblo congelado en el tiempo. Durante el verano, la población ronda las 120 personas. En invierno, se reduce drásticamente. Sin embargo, la vida litúrgica continúa. El templo es una prolongación espiritual de la patria, una manera de decir que la fe también es parte de la soberanía y del arraigo cultural.
Iglesia de la Santísima Trinidad – Estación Bellingshausen (Rusia). En la isla Rey Jorge, no muy lejos de la base chilena, los rusos han edificado una de las iglesias más llamativas de la Antártida: una construcción de madera traída de Siberia, ensamblada pieza por pieza, y coronada con una cúpula en forma de cebolla, al más puro estilo ortodoxo ruso. La Iglesia de la Santísima Trinidad fue consagrada en 2004 por el Patriarcado de Moscú. Tiene capacidad para 30 personas y es atendida por sacerdotes que rotan anualmente. Más allá de lo estético, esta iglesia representa la profunda conexión entre espiritualidad y cultura rusa. En un continente sin iglesias ortodoxas hasta entonces, la presencia de esta estructura marcó un hito. El templo no sólo sirve a los rusos, sino que está abierto a otras nacionalidades ortodoxas presentes en la isla. Aquí también se han celebrado matrimonios, misas pascuales, vigilias de Navidad y hasta bendiciones de exploradores.Capilla San Volodímir – Base Vernadsky (Ucrania). Los ucranianos, no menos devotos que sus vecinos rusos, erigieron su propio templo en la Base Vernadsky, también ubicada en la isla Galíndez. Se trata de la Capilla de San Vladímir, construida en madera y consagrada por la Iglesia Ortodoxa Ucraniana. Aunque de menor tamaño que su contraparte rusa, esta capilla es una afirmación de identidad nacional, religiosa y cultural. Fue edificada en 2011 y se mantiene gracias al esfuerzo conjunto de la comunidad científica ucraniana, la Iglesia y el Gobierno. Su interior, decorado con iconografía bizantina, ofrece un ambiente cálido y acogedor, casi irreal en medio del paisaje gélido. La fe, una vez más, desafía al clima.Y si bien algunos templos jalonan la blancura antártica, también hay cementerios en este continente; y si bien es el continente más deshabitado del planeta, existen al menos cuatro necrópolis reconocidas en el territorio antártico, silenciosos recordatorios de que incluso en los confines del mundo, la vida —y la muerte— siguen su curso.
El más antiguo es el cementerio de la Isla Rey Jorge, cerca de la base chilena Frei y la estación rusa Bellingshausen. Data de la década de 1950, y contiene restos de científicos, militares y personal logístico fallecido en accidentes o por causas naturales. Allí reposan tumbas de diversas nacionalidades y algunos sitios son apenas marcados por cruces de madera o lápidas corroídas por el viento.En la Base Esperanza, Argentina mantiene un cementerio militar donde están sepultados algunos miembros de campañas antárticas que murieron cumpliendo funciones. Aunque no es de uso regular, se mantiene como lugar de respeto y conmemoración.Hablar de religión en la Antártida no es un capricho ni una curiosidad. Es una afirmación de humanidad. Donde hay personas, hay preguntas existenciales, necesidad de trascendencia, de consuelo, de comunidad. En un lugar tan inhóspito como el Polo Sur, esos templos —por más humildes que sean— son faros de calor espiritual. La presencia del Siervo de Dios R. P. Tarsicio Rubin en la Capilla de San Francisco de Asís, como pionero de la misa católica en el confín austral, es un testimonio potente del vínculo entre misión religiosa y dignidad humana. Su causa de canonización avanza, y no sería extraño que algún día se lo reconozca como el primer santo que celebró en la Antártida.
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