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17 de septiembre de 2024

Julián Weich recordó los días que vivió en la calle con su hijo Jerónimo: “Él hacía malabares y yo pasaba la gorra”

El actor se refirió al momento en que fue a visitarlo a Panamá, lo acompañó en su travesía y juntos vivieron todo tipo de aventuras

>A los 19 años, Jerónimo, el hijo de Partió hacia Bolivia, el primer punto en su mapa improvisado, y desde allí continuó la travesía por otros destinos que aún no había imaginado. Al principio, llevaba consigo algo de dinero propio, pero pronto acordó con su padre que era hora de cortar con cualquier vínculo financiero. Dejó de usar su tarjeta bancaria, decidido a vivir solo de lo que el camino le ofreciera. Y así llegaría el tiempo del arte callejero: malabares, trucos y destrezas que aprendió sobre la marcha, le permitieron subsistir. Jerónimo vivía libre, lejos de las comodidades a las que estaba acostumbrado, ganándose la vida en cada semáforo, plaza o rincón que encontraba.

Mientras tanto, la vida de su padre seguía a su ritmo habitual en Buenos Aires, hasta que llegó su 50 cumpleaños. Esa vez Julián decidió que no sería una celebración común, no habría fiestas ni grandes agasajos. Quería algo diferente, algo que resonara en lo más profundo de su ser. ¿Y qué mejor que ir a buscar a su hijo? Jerónimo, en ese entonces, se encontraba en Panamá, y sin pensarlo mucho, tomó un avión para reunirse con él. Pero no sería un simple viaje de reencuentro.

Los últimos días, como un guiño del destino, decidieron terminar en un hostel. A simple vista, una noche bajo techo no parecía ser la gran cosa, pero allí ocurrió algo que ambos recordarían por siempre. Allí vivieron un episodio que hoy, visto a la distancia, es motivo de risas.

En charla con Sebastián Wainraich en La noche perfecta (El Trece), recordó esos momentos y el presente del joven, quien en estos momentos se encuentra viviendo en Córdoba. “Vive en Córdoba, terminó de yirar y ahora está ahí hace un par de años y se dedica a la bioconstrucción, hace casas de barro”, para de inmediato comenzar a recordar esos momentos vividos juntos.

Sobre ese momento con su hijo recuerda que el joven “hace malabares con fuego, con machetes, con todo lo que pueda lastimarlo, lo agarra y lo tira. Él no sabía hacerlo, empezó a hacerlo por necesidad cuando entendió que era una manera fácil de ganar plata, aunque es un laburo, porque te agota, porque no te dan un mango, porque te pueden bardear, te puede pasar cualquier cosa”.

El calor de Panamá hizo que esos primeros días juntos duerman en la calle, “en una carpa minúscula y dormimos una vez en una playa desierta porque lo veíamos como un lugar divino, pero al final era como estar en invierno en Punta Mogotes, no había nada, ni para comer. Juro por mi vida que en un momento llegaron flotando un coco y una cerveza. La cerveza se la tomó él, porque yo no tomo alcohol, y nos fuimos a dormir felices”.

El momento de volver a Buenos Aires significó una distancia con su hijo que llevó a la preocupación sobre cómo estaría transitando cada jornada, y sobre ello expresó: “En un momento me dejé de preocupar, porque era mucha preocupación. Él tenía celular, pero en esos lugares no había antenas. Él, por ejemplo, me decía estoy entrando en la selva, salgo en 20 días y yo te juro que el día 20 estaba pegado para saber aunque sea si estaba en línea”.

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