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9 de noviembre de 2024

“Yo te curo, Dios te sana”: la formidable vida de San Martín de Porres, el santo bueno que era amigo de los animales

Nació en la ciudad de Lima, Perú, en 1579. Era pobre, mulato y bastardo, lo que en esa época bastaba para no permitirle abrazar el sacerdocio. Sin embargo, sus virtudes eran tan grandes que logró cambiar esas reglas. Su relación con los animales, sus milagros y el don de curar a los enfermos

>El 3 de noviembre la Iglesia católica celebró la fiesta de san Martín de Porres y si bien muchos lo reconocen por ser mulato y portar una escoba; pocos saben sobre su historia, muy interesante y particular.

En 1594, a los quince años pidió ser admitido en el convento de los dominicos del Rosario, en Lima, y fue recibido primero como sirviente, y a medida que sus deberes crecieron fue promovido a limosnero. Finalmente sintió la llamada a ingresar como miembro de la Orden de los Dominicos, y fue recibido como “donado”. Años más tarde su piedad y vida de oración llevaron a sus superiores a eliminar los límites raciales, dado que los negros y mulatos no podían acceder a las órdenes sacerdotales o ser miembros de coro en la congregación, pero con Martín hicieron la excepción y fue admitido para ser fraile, y fue nombrado dominico de pleno derecho. Se dice que cuando su convento estaba endeudado, les imploró: “Soy sólo un pobre mulato, véndanme”.

A los 34 años, después de recibir el hábito de hermano, Martín fue destinado a la enfermería, pero también era el encargado de barrer los pisos, de ahí que su representación sea con una escoba, dado que el convento era tan grande que nunca terminaba de barrer un lugar y ya se ensuciaba otro, en estos dos menesteres, sumado al de campanero; se encargó hasta su muerte. Sus superiores vieron en él las virtudes necesarias para ejercer una paciencia infalible en esta difícil función. No tardó en atribuírsele milagros. San Martín también cuidaba a los enfermos fuera de su convento, a menudo curándolos con un simple vaso de agua. Un día, un mendigo anciano cubierto de úlceras y casi desnudo, extendió la mano y Martín lo llevó a su propia cama. Algunos de sus hermanos lo reprendieron y Martín respondió: “La compasión, mi querido hermano, es preferible a la limpieza”.

Cuando una epidemia azotó Lima, en este único convento del Rosario había sesenta frailes enfermos, muchos de ellos novicios en un sector apartado y cerrado del convento, separado de los profesos. Se dice que Martin pasaba por las puertas cerradas para atenderlos, fenómeno que se refirió en la residencia más de una vez. Los profesos también lo vieron de repente junto a ellos sin que se hubieran abierto las puertas. Martín continuó transportando a los enfermos al convento hasta que el superior provincial, alarmado por el contagio que amenazaba a los religiosos, le prohibió seguir haciéndolo. Su hermana, que vivía en el campo, ofreció su casa para alojar a los que la residencia de los religiosos no podía albergar.

Otro milagro que se le atribuye a San Martín de Porres es su notable capacidad para comunicarse con los animales. Una imagen poderosa que lo representa es la icónica escena en la que reúne a un perro, un ratón y un gato alrededor de un plato. Esta representación ejemplifica su conexión única con las criaturas, destacando su extraordinario don de comprensión y armonización con el reino animal. El hecho ocurrió cuando el convento padecía una invasión de ratas buscando alimento. Fray Martin comenzó a hablar con una de las ratas y le prometió que cada día tendrían un plato de comida si dejaban de asolar el convento correteando por todos lados. Y así fue; todos los días, al medio día Fray Martin, ponía en varios platos comida para las ratas y todos iban a comer ahí, lo más maravilloso era que los gatos y los perros también comieran en otros platos, todos juntos y en total armonía.

San Martín no comía carne. Pedía limosna para cubrir las necesidades que el convento no podía satisfacer. En tiempos normales, Martín conseguía alimentar con sus limosnas a 160 pobres cada día y distribuía una notable suma de dinero cada semana entre los indigentes. El santo fundó en la ciudad de Lima una residencia para huérfanos y niños abandonados.

Martín de Porres falleció el 3 de noviembre de 1638 en Lima, a los 59 años dejando un legado de amor y servicio. Su vida es una inspiración para todos, recordándonos el poder de la compasión y la importancia de ayudar a los necesitados. Hoy en día, se lo venera como un símbolo de esperanza y un verdadero ejemplo del impacto que una persona puede generar en el mundo. En la actualidad sus restos descansan en la Basílica y Convento de Santo Domingo de Lima, pero su cráneo, junto a la de Santa Rosa y al de san Juan Macías (todos contemporáneos y amigos entre ellos) están ubicado en el retablo-relicario del mismo templo dominico de la ciudad de Lima.

Veintidós años después de su muerte se inició el proceso de canonización de Fray Martín, por el arzobispo de Lima Mons. Pedro de Villagómez; en 1763 el papa Clemente XIII declaró que era virtuoso en su vida y le otorgó el título de “venerable”, pero tuvo que esperar 74 años hasta 1837 que el Papa Gregorio XVI lo declarada Beato y la ceremonia se realizó en la basílica de Santa María la Mayor, en Roma. Fue canonizado el 6 de mayo de 1962 por el papa Juan XXIII y en su homilía resaltó:

La proclamación de Martín de Porres como santo fue sustentada por las milagrosas curaciones que ocurrieron a una anciana gravemente enferma en Asunción (Paraguay) en 1948 y a un niño con una pierna a punto de ser amputada por la gangrena, en Tenerife (España) en 1956 dado que antes de la reforma del papa Juan Pablo II se requerían dos milagros para beato y dos para santo.

Las fiestas en el Perú no se hicieron esperar, el año 1962 fue declarado como “Año de Fray Martín” y el día de su canonización fue declarado fiesta y se celebró en cada ciudad del Perú que, desde su fallecimiento, lo tenía como santo. Su devoción rápidamente se extendió por toda América y luego por el mundo y hoy es uno de los santos más populares y reconocidos para los fieles católicos.

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