29 de diciembre de 2024
Era el cumpleaños de su papá y fueron juntos al show de Callejeros: ella sobrevivió y él murió por entrar a salvar personas

Natalia era fanática de la banda de Villa Celina; Gerardo trabajaba como personal de “Control” de los músicos. Su última decisión fue quedarse en el boliche para sacar a quienes estaban atrapados
“Al concierto del 28 fui porque me escapé de la casa. Estaba en penitencia porque me había llevado dos materias y, además, tenía otras dos previas. Pero no era burra, era vaga. Mi vida era el rocanrol y el fútbol: soy fanática de Huracán”, cuenta a Infobae.
Aquel 30 a la noche, cuando empezó a tocar Callejeros, Natalia estaba en la planta baja de Cromañón y apretaba fuerte una moneda de 25 centavos con la que pensaba ir al locutorio contiguo al local, una vez que terminara el primer tema. ¿El plan? Llamar a su mamá y preguntarle si podía quedarse hasta el final del show.
Una vez en la calle, la adolescente se quedó parada sobre Bartolomé Mitre, frente a la puerta de Cromañón, sin entender qué estaba pasando. “Ahora va a salir mi viejo”, pensaba. Ahí recordó que tenía que llamar a su madre. Cruzó la avenida Rivadavia, llegó a la esquina de Irigoyen y La Rioja, donde había una heladería, y preguntó si tenían un teléfono, pero no se lo quisieron prestar. Angustiada, se sentó en la vereda de enfrente y se largó a llorar. Minutos después, un hombre se acercó y le prestó un celular. Tenía poca batería. “Se incendió todo, no encuentro a papá”, alcanzó a decirle a Claudia.
Después de contactar a su mamá, Natalia volvió al boliche de Once. Para esa altura, el panorama era desolador. “Afuera estaban los bomberos y la policía, había ambulancias y cuerpos en el piso. Me crucé con algunos integrantes de Callejeros que estaban sacando gente y parando taxis para que los llevaran al hospital. En un momento vi al tío A pesar de lo que vio afuera, Natalia decidió entrar de nuevo a Cromañón. Según dice, conocía muy bien el lugar porque había ido a varios recitales, entre ellos, al del 12 de abril de 2004, espectáculo en el que Callejeros inauguró el local gerenciado por Omar Chabán, histórico empresario de la noche porteña y quien estaba al frente del emblemático Cemento, en Constitución.Natalia salió nuevamente a la calle y allí la encontró su mamá: “Me reconoció porque llevaba puesto un pantalón de Huracán. Yo estaba de espaldas. Cuando giré, esto es lo que cuenta ella, estaba toda cubierta de hollín y tenía la mirada perdida. ‘¿Quién sos?’, le pregunté. Recién unos segundos después me di cuenta de que era mi vieja“.
Esa noche, la familia de Natalia la llevó al hospital Ramos Mejía, pero ella se negó a ingresar por la cantidad de personas que había. En el viaje, cuenta, se la pasó vomitando. Al llegar a su casa, se bañó y se acostó. A la mañana siguiente, a eso de las 10, apareció su papá. “Él era un tipo que hablaba fuerte, pero prácticamente no se lo escuchaba. Estaba muy conmovido por todo lo que había pasado. Nos contó que había sacado muerta a una niña”, explica Nati.
Dos días más tarde, un llamado telefónico de Defensa Civil puso en alerta a los Rossi Gasteasoro. “Nos comentaron que el humo que habíamos inhalado era tóxico y nos sugirieron que nos hiciéramos un chequeo médico”, reconstruye Natalia. De inmediato ella y Gerardo se fueron al hospital Penna. Allí les realizaron una serie de estudios y decidieron dejarlos internados. “Yo tenía el 85% de la sangre con monóxido de carbono. Lo de mi papá fue peor porque se descompensó y tuvieron que reanimarlo. Tenía quemada la laringe y el esófago. Después le agarró una infección en los pulmones y, lentamente, fue deteriorándose”, detalla.El 15 de junio de 2005 Gerardo entró en coma y falleció. Para Natalia fue el fin: tenía adoración por su papá. “Se me vino el mundo abajo. ‘No voy a poder seguir’, pensé. Me deprimí. Estuve un mes en cama y no quería levantarme. Me la pasaba comiendo, había engordado 20 kilos. No quería vivir más. Después de Cromañón me había mantenido en pie por él, porque me necesitaba fuerte. Tenía la ilusión de que algún día iba a salir del hospital y las cosas iban a ser como antes. Soñaba con que me diera el diploma y la medalla de mi egreso. Pero ni a eso llegó”.
Gerardo Rossi murió a los 36 años y dejó cuatro hijos huérfanos. Además de Natalia, estaban Áyax, de 9 años; Anahí, de 7; y Fabrizio, de 5, fruto de su segunda pareja. “La última vez que estuvo lúcido me dijo que me amaba y que era la luz de sus ojos. También me pidió que cuidara a mis hermanos. Y fue lo que hice”, dice Natalia y le brillan los ojos.Natalia dice que salió adelante gracias al apoyo incondicional de sus amistades, su familia, Huracán (el Club de los amores de su papá) y el rock. “Ir a ver a Don Osvaldo (NdR: la banda de Patricio Fontanet) me hace bien. Cada vez que voy a uno de sus shows siento que mi viejo está ahí. Vuelvo con el alma llena”, asegura. Sin embargo, lo que más fuerza le dio fue convertirse en madre: “Después de tanta tristeza, de tanta oscuridad, di vida. Yo siempre digo que mi hija vino para salvarme. Ella es una parte de mi papá”.
El próximo 30 de diciembre, Natalia tiene pensado ir al Obelisco con su hija Ámbar; su mamá, Claudia; su abuela y su tío. “Entre todos los actos que van a realizarse para homenajear a las víctimas y a los sobrevivientes por los 20 años de Cromañón, decidimos ir a ese porque es lo que yo quiero mostrarle a mi nena: que a pesar de todo se puede estar feliz. Tratar de transformar el dolor en amor”.
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