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3 de marzo de 2025

Camuflado en un vagón con mineral de hierro: la hazaña del argentino que viajó en el tren más peligroso del mundo

Meses antes de completar su vuelta al mundo, Nicolás Pasquali (33) cruzó el Sahara, en Mauritania, en un viaje extremo de casi 24 horas. Resistió la amplitud térmica del desierto y se ocultó para evitar ser descubierto. “Podría haber salido mal”, admite

>El tren no tiene horarios fijos: comienza su recorrido cuando sus más de 200 vagones están completamente cargados. El punto de partida también es un misterio: no cuenta con una estación señalizada. Para subirse hay que llegar hasta Zuerat, una ciudad ubicada al norte de Mauritania, y preguntar. Preguntar mucho. También conocido como el tren del mineral de hierro o del desierto, conecta las minas de Zuerat con el puerto de Nuadibú, en la costa atlántica de Mauritania. Con una extensión de 2,5 kilómetros, no solo es uno de los trenes más largos del mundo, sino también una pieza clave para la economía del país: el mineral que transporta representa una parte fundamental del Producto Bruto Interno. Se lo considera el más peligroso del mundo porque atraviesa el Sahara en condiciones extremas y porque, debido al material que traslada, corre el riesgo de ser asaltado.

A ese tren se subió Nicolás, a fines de octubre de 2024. A pesar de las pocas precisiones, el argentino tenía algunas certezas. La principal: una vez en marcha, no habría vuelta atrás. “Si me pasaba algo, ¿quién iba a venir a buscarme en el medio del desierto?”, dice a Infobae.

Cinco años antes, en 2019, Pasquali había tenido su peor experiencia en Mauritania: “Me había quedado una muy mala impresión de ese país. Cada vez que me pasó algo así, intenté volver para cambiar esa sensación”, explica. La revancha llegó en 2024. Decidió regresar para viajar en el tren del mineral de hierro, considerado el más peligroso del mundo. “Después del miedo que pasé con el secuestro, quise subir la apuesta. ‘Voy por lo máximo’, pensé. Y así fue como decidí embarcarme en esta aventura, que podría haber salido mal”, dice.

Antes de dar inicio a su aventura, Nicolás se preparó durante semanas: llevaba puestas una gafas de esquí, guantes, un turbante y un bidón con agua. También cargó una linterna y una bolsa de dormir negra para camuflarse entre la carga al momento de los controles.

“Arranqué en Zuerat porque quería hacer el viaje completo y no por la mitad. En esa ciudad el tren se detiene para cargar el mineral, lo que me daba tiempo para subirme al vagón y acomodarme”, cuenta. “Elegí uno de los primeros vagones, cerca de la locomotora, porque si en algún momento del trayecto un vagón se desacoplaba, el maquinista solo intentaría reconectar los que estuvieran adelante”, agrega.

Finalmente, cerca de las tres de la tarde, el tren comenzó a moverse a una velocidad moderada, eso le permitió desplazarse sobre la carga de mineral, sacarse fotos y filmar algunos videos. “Cuando me vi ahí fue una situación bastante rara y espectacular al mismo tiempo. Hay una parte pasional muy fuerte en todo esto que tiene que ver con las ganas de vivir esa adrenalina extrema”, cuenta.

Con el correr de las horas, la marcha aumentó y Nicolás no pudo volver a ponerse de pie. “Me acurruqué en un rincón para protegerme porque, a mayor velocidad, más intenso es el viento en la cara y, si te entra un poco de mineral en los ojos o en la boca, puede ser peligroso. Hay que estar en buen estado físico, abrir la boca lo menos posible y taparla. Aunque de vez en cuando me la destapaba para respirar mejor”, dice.

Entrada la noche, la temperatura descendió bruscamente. Como había previsto, Nicolás se escondió entre la carga, envuelto en su bolsa de dormir negra. Desde ahí, con la cabeza apoyada en el metal del vagón, observó las estrellas. “Lo mejor que tiene el desierto son las noches. Pasa a ser una experiencia casi poética. A pesar del miedo, mirás para arriba y decís: ‘Wow’. Lamentablemente, no hay una foto que pueda reflejar lo que vi porque por más iPhone que tengas no sale bien”, dice.

Tras casi 24 horas de viaje, Nicolás llegó a destino. Bajó en Nuadibú, cubierto de mineral, con la ropa manchada y una energía extraña recorriéndole el cuerpo. “Era como haber estado en una montaña rusa que, en vez de durar dos minutos, duró un día entero”, describe. Esa sensación de “electricidad” no lo abandonó por días. “Tenía una mezcla intensa de alegría y adrenalina y tardé bastante en bajar a tierra. No podía dormir. Fue una de las mejores experiencias de mi vida”.

—Creo que le queda corto el título. Por eso no es para cualquiera, sino para alguien a quien le interese vivir algo extremo. Yo soy un poco adicto a eso. Y ya no hablo solo del tren, sino de la locura de recorrer el mundo. Es lo que me mantiene vivo.

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