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9 de marzo de 2025

El tradicional Café de los Angelitos: abrió en 1890, fue demolido en 2000 y siete años después resurgió de sus cenizas

El primer nombre fue Bar Rivadavia. La leyenda cuenta que luego fue bautizado con su denominación actual por el comisario de la zona. Ilustres porteños se han sentado y se sientan en sus mesas

>El nuevo comienzo de un ciclo lectivo escolar me convoca a contar el Café de los Angelitos. Todo surge a partir de hechos fortuitos. O no tanto. El último es el primero que voy a relatar. Hace unas semanas me crucé en un evento con Shela Estévez, profesora de Historia en el Normal N° 5 Martín Miguel de Güemes de Barracas.

Entre testimonios de vecinos, bandoneonistas, poetas y milongueros, sobresalen las voces de docentes y alumnos de la Escuela N° 1 Esteban de Luca de Balvanera. En 1993, cuando el Café de los Angelitos se encontraba cerrado, esa Escuela planteó como proyecto institucional su reapertura. ¿Cómo sucedió esa movida? ¿Y por qué? Antes de continuar con el relato corresponde ordenar de manera cronológica la historia de uno de los cafés más representativos de nuestra identidad.

El Café de los Angelitos abrió en 1890 en la esquina de Rivadavia y Rincón. Su fundador fue el italiano Batista Fazio. Nada en particular. El negocio de bares gastronómicos fue común a la colectividad italiana durante los siglos XVIII y XIX. La “Segunda Colonización Española” al frente de nuestros cafés y bares se produjo a partir de las primeras décadas del siglo XX.

El primer nombre del bar fue Rivadavia. Lo frecuentaban malandrines y tarambanas. Era un galpón orillero, con billares, techo de chapa y piso de tierra. En verdad, todo el vecindario, por entonces, era bastante precario. El cercano edificio del Congreso Nacional se inauguró recién en 1906 y la Confitería del Molino en 1916.

El primer tango registrado como tal fue “El entrerriano”, en el año 1896, compuesto por el músico afroargentino Rosendo Mendizábal. Los habitués del primitivo Bar Rivadavia se reunían para escuchar las payadas de Gabino Ezeiza y José Betinotti.

Recién en 1920 pasó a llamarse Café de los Angelitos luego de que su nuevo dueño, el español —ahora sí— Ángel Salgueiro, lo refaccionara y colocara en el frente angelitos de yeso. Aquí comienza la leyenda sobre su nombre definitivo. La tradición oral cuenta que fue el comisario de la zona quien le ordenaba a sus agentes, cada vez que le llegaba el cuento de una trifulca en el bar: “Muchachos, vamos a ver qué pasa en el café de los angelitos”. Y que ese sobrenombre se arraigó entre los parroquianos por lo que don Salgueiro no tuvo más que acompañar los dichos de la feligresía.

En 1944 José Razzano y Cátulo Castillo le dedicaron un tango. “Yo te evoco, perdido en la vida, y enredado en los hilos del humo, frente a un grato recuerdo que fumo y a esta negra porción de café”, dicen los primeros versos de Café de los Angelitos.

No tengo evidencias, pero me animo a inferir que este café corrió igual suerte que el tango. Y que cuando éste dejó de ser escuchado y bailado masivamente, las mesas del café, en simultáneo, se vaciaron.

Son los mismos años cuando el tango deja de escucharse en las radios, televisión y fiestas populares. El local cerró en 1992, a poco de cumplir su primer centenario. Su último dueño fue Germán Lozada. Un año más tarde se presentó el proyecto ideado por el profesor de música de la Escuela Esteban de Luca. La Escuela salió a la calle en defensa del patrimonio del café. Y toda la comunidad se movilizó con la propuesta.

En 1996 antiguos parroquianos conformaron la Asociación de Amigos del Café de los Angelitos. Todos los miércoles organizaron una milonga en la vereda como expresión de reclamo por su reapertura. Pero la falta de uso del lugar percudió la estructura y, en 2000, hubo un principio de derrumbe. Tanto que el Gobierno de la Ciudad, por la seguridad de todos, lo demolió. La legendaria esquina de Rivadavia y Rincón se convirtió en un baldío. De pronto la ciudad, el tango y Balvanera habían trocado un patrimonio tangible por uno intangible. También habían perdido una marca, la referencia edilicia que activaba la memoria.

En 2001 comenzó un largo proceso de reconstrucción que terminó con la reapertura del café en 2007. Recuerden que la revista que mencioné en el primero de los párrafos se publicó en 2003. Lo que da cuenta la publicación fue que a la hora de recuperar el imaginario del anterior local no existía ninguna referencia. Sólo existían testimonios orales para poder reconstruir ladrillo a ladrillo una historia de más de 100 años. O sea, como tantas otras veces, la siempre salvadora memoria colectiva.

La nueva obra tuvo en cuenta copiar los ventanales del tipo guillotina. El piso es de mosaico calcáreo con una disposición que simula al cuadrado de una pista de baile de una gran milonga. En el centro del salón hay una araña con un sinnúmero de lamparitas eléctricas. El resto de la iluminación son apliques cenitales, hechos en bronce, con forma de ángeles. Las mesas tienen tapas revestidas en símil madera y las sillas son acolchadas con tapizado de color verde inglés. La barra es de madera y debajo de la tapa tiene espigas pintadas en dorado.

En cuanto al servicio, se puede ordenar al mozo un café, sin mayores aclaraciones, y vuelve un café en pocillo. Qué mejor para la Buenos Aires actual. Ah, y el azúcar viene en terrones. Del viejo cafetín ni rastros. Pero sí de la perseverante batalla de una comunidad para que vuelva a ocuparse un hueco donde, con anterioridad, existía un café que representaba los lazos sociales de una barriada.

Para terminar, retomo las coincidencias escolares. En 2024, junto a Lucio Cantini, mi primo dibujante, fuimos invitados por Anabella Hallabe, directora de la Escuela N° 15 Arzobispo Mariano Antonio Espinosa de Barracas, para dar un taller sobre cafés y bares de Buenos Aires a todo el alumnado. Sin exclusión etaria. Desde sala de 5 hasta séptimo grado. Fueron dos jornadas de ocho clases donde pudimos transmitirles a los chicos valores culturales, históricos y barriales. Fomentar y activar la memoria. Los más pequeños aprendieron a dibujar tazas, mesas y sillas. El trabajo de campo incluyó la visita a los bares. Otra vez la escuela salió a la calle. La tarea incluyó escritura, lectura y la experiencia. Y el resultado final fue presentado en la Muestra Cuatrimestral 2024 donde cada aula se convirtió en un café. Y el patio de la Escuela, en la Gran Milonga Gran.

Instagram: @cafecontado

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