Domingo 5 de Octubre de 2025

19.4°

EL TIEMPO EN PARANA

5 de octubre de 2025

Cafetines de Buenos Aires: el secreto de la barra dentada, la cafetera decorada con un águila y los sándwiches de pan árabe

En Rodríguez Peña y Bartolomé Mitre se alza el bar La Tayuela, uno de los pocos exponentes de los boliches de barra que aún sobreviven. Un rincón simple, cercano a edificios exquisitos, donde el plato fuerte es el sánguche y el precio del dólar

>Una aseveración recurrente afirma que para descubrir el patrimonio arquitectónico de Buenos Aires hay que mirar hacia arriba. Viene a cuento de la casi totalidad de plantas bajas de edificios construidos hasta mediados del siglo XX que sufrieron cuestionables transformaciones con objetivos comerciales o adecuación de usos. En el centro porteño, además, se agrega la escasa distancia o perspectiva para disfrutar de remates y cúpulas que coronan inmuebles ubicados en el estrecho dibujo delineado —con el perdón al arte y técnica del diseño— por Juan de Garay.

¿Acaso vengo a ofrecerles una reseña arquitectónica de San Nicolás? La respuesta es negativa. ¿Y entonces qué tiene que ver la introducción con los cafetines? Pues lo que vengo a señalar es que es verdad que al no alzar la vista se reduce la cantidad de referentes y homogeniza y achata el conocimiento. Pero cuidado. Todos los extremos son perniciosos. Porque al agudizar esa conducta también se incrementa la posibilidad de perderse la observación de tesoros de llanura. Por lo tanto, a ejercitar las cervicales, pero sobre todo la mirada, para ampliar la capacidad de absorber en cualquier paseo todo el repertorio que Buenos Aires ofrece.

En la esquina en cuestión, Rodríguez Peña y Bartolomé Mitre, en el ángulo noroeste, existe un edificio moderno, impersonal, sin firma de autor, que no invita a la contemplación. Con un barsucho de carpinterías pintadas de naranja —más unas pocas mesas que funcionan como atrapa clientes— en su planta baja que ahuyentará a porteños desprevenidos. Atención, porque en esa esquina caótica y ruidosa de Buenos Aires, a metros de Callao, entre maniquíes que me guiñan, semáforos que dan tres luces celestes y el naranja del barsucho de la esquina que me invitó al paso, recordé al poeta Horacio Ferrer salir de su casa, como siempre, para largarse a canturrear: “Cuando de repente, de atrás de un árbol, me aparezco yo”, siendo ese yo el bar La Tayuela, una “mezcla rara de penúltimo linyera y primer polizón en el viaje a Venus”.

Al bar La Tayuela lo fundaron dos gallegos en 1982. En 1986 pasó a manos de otros dos, en este caso asturianos, padre e hijo, Álvarez. Al tiempo entró a trabajar un jujeño quien para 2001 terminó siendo —y lo es hasta la fecha— el último propietario. O sea, casi un brevísimo resumen de la historia americana en un café.

Su nombre. Tayuela se le dice en Asturias al banquito de tres patas, con agujero en el medio, utilizado para ordeñar vacas. Es el dibujo usado por el bar como imagen de marca y pintado en las vidrieras como también grabado en cada una de las tazas. La ilustración puede traer confusión. Se parece mucho al cosito de la pizza. Tampoco sería inapropiado caer en el error. La pizza es un producto que nos define como porteños. Pero vamos, aquí lo importante es el original nombre dado al barsucho y la invitación a buscar su significado.

Sin duda que el hito mayúsculo de La Tayuela es su barra. Antes de describirla, vale destacar que el bar no dispone de mesas, excepto las que funcionan de carnada en la vereda. Es un exponente de los boliches de barra que se encuentran en peligro de extinción. ¿Y qué tiene de particular la barra de La Tayuela? Sus bordes dentados iguales a las estampillas. O sea, el formato de la barra es su sello. Posta.

La barra, por otra parte, es de color verde. Similar a la tonalidad de las mesas y sillas del Bar La Armonía, el bolichón de Constitución que ya relaté. ¿Será el pigmento propio de una categoría?

El mobiliario se completa con banquetas fijas y giratorias, con respaldo, forradas en color bordó como el piso de baldosones graníticos. Y toda la ochava son paneles de vidrio de piso a techo.

El bar, como corresponde a nuestra liturgia, dispone de un altarcito con imágenes religiosas y trofeos de campeonatos de los que nunca se sabe la disciplina.

La propuesta gastronómica del bar es la sanguchería. Con especialidad en las combinaciones elaboradas en pan árabe. Por ejemplo: corazón de alcauciles, fiambre de pavita, pechuga de pollo y matambre acompañados de jamón, queso, tomate, huevo, aceitunas negras, salsa golf, morrones, mostaza, etc. En Buenos Aires la felicidad viene en barcito.

La Tayuela abre de lunes a viernes de 7 a 18 y los sábados de 7 a 12. “Últimamente, los sábados venimos a hacer limpieza”, se sincera el responsable de atención al público. Al jujeño también se lo ve, aunque pasa más tiempo en la cocina. Antes del covid 19 trabajaban hasta entrada la noche. Las nuevas costumbres y nuestros viejos desequilibrios económicos vaciaron la zona.

Qué decir de los sábados. Tengo ganas de pasar uno de estos. ¿Seguirá la charla enfrascada en el valor del dólar? En términos literarios me encantaría que fuera así. Un café de Buenos Aires donde todos los días se charla sobre el mismo tema. Y que al traspasar la puerta aparezcan perfiles de personajes que, aunque interpretados por otros protagonistas de distintas épocas, sean capaces de mantener el interés y la tensión de la trama. Toda una sinopsis para una película de Woody Allen si, finalmente, se decidiera a filmar en el país. Todavía es posible. Elijo creer.

Todos estos disparadores me los provocó un bar simplón del Centro. La novela japonesa, un film de Allen y el recuerdo de la inmejorable composición de Ástor Piazzolla y Horacio Ferrer.

Instagram:@cafecontado

COMPARTIR:

Comentarios

Escribir un comentario »

Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!

  • Desarrollado por
  • RadiosNet