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26 de septiembre de 2024

El universo emocional de los bebés: la importancia de priorizar la salud mental desde el jardín maternal

Estos espacios tienen el potencial de transformar la cultura de la infancia, pero enfrentan desafíos que limitan su capacidad de atención individualizada. Cómo repensar las prácticas pedagógicas y alcanzar la estimulación necesaria para su desarrollo emocional y cognitivo

>“Los bebés no se acuerdan de nada, así que no pasa nada si lloran un rato.”

“Mientras estén alimentados y cambiados, los bebés están bien, no necesitan más.”

“Lloran porque sí... No entienden lo que pasa a su alrededor.”

Los bebés no solo perciben su entorno, sino que dependen profundamente del contacto emocional, la mirada y la respuesta sensible de sus cuidadores para crecer y desarrollarse.

Los bebés son profundamente receptivos a su entorno y las primeras experiencias marcan su desarrollo psicológico a corto y largo plazo. La ciencia dedicada al desarrollo infantil y el psicoanálisis como parte de la escucha y la observación del cachorro humano y de la díada madre e hijo, han demostrado que los cimientos de la salud mental se construyen en las experiencias tempranas, que incluyen las relaciones con los padres, las familias, los cuidadores, las maestras, sus pares y también la relación consigo mismo.

Estas interacciones no son casuales, llevan complejos procesos de adquisición de habilidades y de compresión del mundo y de los vínculos. Numerosas investigaciones han demostrado que la infancia es un período mucho más importante que lo se pensaba hace solo algunos años atrás, ya que establece las bases para el desarrollo y las capacidades futuras a lo largo de la vida.

Quizá uno de los descubrimientos más impactantes para la comunidad es que los bebés son seres sociales desde el nacimiento. Desde las primeras semanas, muestran una gran consciencia y capacidad para comunicarse, ya que nacen con la habilidad de percibir, buscar y responder a cambios sutiles en el tono de voz, las expresiones faciales y los movimientos de sus cuidadores.

Esto es porque, para los bebés, la necesidad de permanencia y continuidad en las figuras de apego es fundamental para su sentido de seguridad. El rostro de sus cuidadores es una referencia clave en su mundo, y cualquier cambio abrupto puede generar ansiedad o desconcierto, ya que altera su percepción de estabilidad.

El desarrollo infantil está profundamente influido por las interacciones sociales, especialmente por la calidad de esas relaciones. No es lo mismo que un bebé busque la mirada de su padre y lo encuentre distraído con su celular, o que se le ofrezca una tablet como único contacto en lugar de jugar y conversar directamente con él. La interacción cara a cara es fundamental para establecer vínculos.

Su equipo observa y analiza los cambios en el tono, la expresión y el movimiento que ocurren cuando los bebés interactúan con sus madres. Estos patrones de acción y reacción instantánea tienen lugar en fracciones de segundo, imperceptibles en tiempo real pero detectables en el microanálisis de vídeo fotograma a fotograma.

En sus investigaciones ha demostrado que la calidad de las interacciones entre una madre y su bebé de cuatro meses predice el carácter de su relación cuando el bebé cumpla un año. A su vez, sugiere que la naturaleza de las relaciones vinculares de los bebés de un año predice una amplia gama de resultados académicos, sociales y emocionales en la edad adulta.

Entre las instituciones que se ocupan de los niños pequeños, los centros infantiles, jardines maternales y de infantes tienen un rol primordial. Los bebés desde los cuarenta y cinco días de vida comparten sus vidas en largas jornadas con otros niños y con adultos cuidadores, en las guarderías. La mayoría de las veces, por no decir todas, se debe a la necesidad de las familias de tener un lugar de cuidado y contención de los bebés para que los adultos puedan trabajar.

En una ocasión, escuché a María Emilia López, especialista en educación temprana y literatura infantil, señalar que, a pesar de su nombre, la guardería no debería ser solo un lugar para “guardar” a los niños. En su libro “Un mundo abierto”, López afirma que trabajar con los niños y sus familias en los diversos contextos donde se producen estas separaciones tempranas es fundamental para la prevención en salud mental. Y tiene razón.

Sin embargo, aunque la intención es esta, muchas veces se encuentran con grupos de niños demasiado numerosos en relación con las necesidades psíquicas de cada etapa, y singularidades importantes que atender, lo que dificulta respetar los vínculos de apego y proporcionar la atención y estimulación adecuadas a los ritmos individuales.

También marcados por la agenda rutinaria del cambio de pañal y la comida esenciales para la sobrevivencia, queda menos espacio tiempo para el arrullo, el juego, la mirada y la ternura, alimento imprescindible para no caer del lado de la crueldad.

El psicoanálisis ha hecho grandes y originales contribuciones a la comprensión del comportamiento de los bebés, especialmente a través de las teorías de apego y el desarrollo emocional temprano.

A través de la observación clínica, Winnicott señaló cómo la presencia constante y la respuesta empática del cuidador permiten al bebé sentirse seguro y desarrollar un sentido de sí mismo. Claro que en esa época, Winnicott observaba a madres que pasaban la mayor parte del tiempo con sus bebés, brindándoles una atención cercana y constante.

La ciencia del desarrollo infantil muestra que los cimientos de la salud mental moldean la arquitectura del cerebro y del psiquismo en desarrollo. Cuando estos cimientos fallan la estructura puede ir mostrando diversas fracturas a lo largo del tiempo y hasta puede llegar a colapsar, por ello la identificación temprana y la atención apropiada es crucial.

Las docentes, los consejos escolares y los proveedores de cuidado y educación temprana estarían mejor preparados para detectar, comprender y manejar los problemas emocionales y conductuales de los niños pequeños si recibieran una capacitación profesional adecuada y tuvieran acceso directo a profesionales de la salud mental infantil cuando fuera necesario. Para ello las políticas públicas y la legislación deberían tener un enfoque en salud mental desde el nacimiento, abordando los vínculos entre el bebé y sus cuidadores.

Poner la salud mental infantil en el centro es una responsabilidad compartida entre el Estado, la sociedad y cada uno de los actores involucrados en el cuidado y educación de los niños y niñas. Solo a través de un esfuerzo conjunto, donde se priorice la salud mental como un derecho fundamental, podremos asegurar un futuro más saludable y equitativo para las próximas generaciones.

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