4 de noviembre de 2024
La visita de un argentino a la ciudad más fría del mundo, donde quema respirar, y el “bautismo” solo para valientes que recibió

Pablo Levinton tiene 37 años, nació en la localidad bonaerense de Remedios de Escalada y es economista. Documentar experiencias de sus viajes por el mundo en sus redes sociales es uno de sus pasatiempos favoritos. Allí compartió su aventura en Yakutsk. “Había escuchado historias, había visto videos, pero estar allí es algo extremo”, aseguró
El frío no solo impactaba en su cuerpo sino también sus dispositivos electrónicos. Las baterías de su cámara y celular se agotaban en minutos. “Es increíble, normalmente la cámara graba unos 50 minutos seguidos, pero ahí me duraba solo diez. Hasta se me congeló el celular”, relató Pablo, al recordar que estaba obligado a hacer “paradas técnicas” en alguna cafetería para recargar todo y seguir grabando.
La primera noche en Yakutsk, Pablo salió a caminar para sentir el pulso de la ciudad. Allí, entre las calles iluminadas y decoradas para las festividades de Año Nuevo, se sorprendió al ver que “la gente realizaba sus actividades con total normalidad”.Al momento de hospedarse, eligió hacerlo en la casa de una taxista local, a quien contactó por una página web que ofrece alojamiento gratuito recíproco en todo el mundo. “Ella me contó que en invierno no se puede apagar el auto porque sino el motor se congela. Para evitarlo, los autos llevan mantas gruesas y aislantes, y algunos residentes tienen garajes calefaccionados, aunque la mayoría simplemente sigue dejando el motor encendido las 24 horas aunque esté estacionado en la calle”, enfatizó. Y dijo que “los vehículos más modernos cuentan con sensores que avisan si el motor comienza a congelarse para que lo prendan y no se arruine”.
Las viviendas de Yakutsk, contrariamente a lo que él imaginaba, están increíblemente calefaccionadas. Pablo cuenta que el contraste es brutal: “Entrás de la calle a cualquier casa y el calor te aturde. Ni siquiera necesitas mucho abrigo adentro. En un segundo te das cuenta de que, para sobrevivir aquí, la arquitectura se volvió parte de la adaptación. Todo está pensado para resistir”. Las paredes son dobles y las ventanas llevan cristales gruesos; cada casa es un refugio ante el frío implacable que espera afuera.Uno de los mayores desafíos de Pablo fue tratar de filmar de día, ya que en esa época del año “sólo hay luz durante 5 horas”. Entre las 10 y las 15 aprovechaba cada segundo, corría de un lado a otro para no perderse nada, consciente de que la noche llegaría demasiado pronto.
Durante su estancia, Pablo también visitó los lugares que definen la identidad de Yakutsk, como el Museo del Mamut. En este sitio, los restos de un mamut prehistórico, perfectamente conservados gracias al hielo, muestran cómo el frío eterno preservó a estas criaturas extintas. “Es raro ver algo así; parece un bicho que podría despertarse en cualquier momento”, comentó. Y no era el único: en el Museo del Permafrost, observó las capas de tierra helada que, pese a los veranos, permanecen congeladas bajo la superficie. “Es como estar en otro planeta”, añadió.Además de estos museos, se topó con la historia reciente de Rusia. Yakutsk tiene también un museo de la Segunda Guerra Mundial y otro del Para Pablo, conocer la cultura local fue uno de los aspectos más fascinantes de su visita. Yakutsk es la capital de la República de Sajá y “su población es una mezcla de rusos, yakutianos y descendientes de antiguos prisioneros soviéticos”, contó. La mayoría de los habitantes tienen rasgos asiáticos, ojos oscuros y piel resistente al clima, como si hubieran sido moldeados por el frío extremo.La taxista que lo acompañó en gran parte de su estancia le explicó que muchos en Yakutsk se identifican más con Asia que con Europa. “Este es nuestro lugar, estamos acostumbrados al frío, pero los rusos de Moscú creen que vivimos en el fin del mundo”, le dijo entre risas. Y aunque sus rostros reflejan esa resistencia a las inclemencias, la ciudad no recibe inmigrantes: “Aquí nadie quiere venir; no hay turistas y casi nadie habla inglés”.Uno de los rituales más extremos de Yakutsk es el “baño de hielo” en los ríos congelados, una práctica que Pablo no dudó en probar. Junto a un grupo de locales, bajó hasta el río Lena, que se convierte en una ruta de hielo en invierno, para lanzarse al agua helada. “Decían que era como un bautismo, algo que te hace sentir parte del lugar”, explicó. Después de sumergirse, corrió hasta un auto para calentarse, y los locales se reían de su desesperación. “Es una locura, pero para ellos es normal. Hasta beben agua que recogen del mismo río y esperan que se derrita para tomarla”, agregó.Yakutsk, con sus habitantes estoicos y sus noches frías, se quedó con un pedazo de Pablo, que ahora lleva en la memoria las huellas de una vida diaria adaptada a los rigores del frío. Una ciudad viva, donde el frío es eterno, pero también lo son la calidez y la resistencia de su gente.
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